DE LA HISTORIA CONTI!MPORÁNEA
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ted un cabriolé, porque no podría usted llevar mucho
tiempo estos cuatro volúmenes. He aquí mi obra,
entréguesela usted á mi censor, y dígale que se la
confío por toda esta semana. Voy á permanecer lo me–
nos ocho días en este barrio, pues no puedo decidirme
á
dejar á mi hija abandonada. Conozco á mi nieto, y
sé que puede guardar la casa, sobre todo ayudado por
usted. Por otra parte, se lo recomiendo á usted. Si
yo fuese aún lo que fui, le preguntaría á usted el nom–
bre de mi crítico, de ese antiguo magistrado, porque
hay muy pocos á quienes yo no conozca.
-¡Oh! no ' es ningún miiterio, dijo Godofredo in–
terrumpiendo al señor Bernard. Desde el momento en
que usted tiene confianza en mí, puedo decirle que su
censor es el antiguo presidente Lecamús de Tresnes.
"'7710hl ¡de la audiencia real de París! ¡Ya lo creo!..
·Es uno de los hombres más cumplidos de aquel
tiempo... Él y el difunto Popinot, el juez del tribunal
de primera instancia, fueron magistrados dignos de
los mejores días de los antiguos tiempos. Si yo con–
servase algún temor, con saber únicamente eso estaría
-disipado... Y {dónde
vive~
Quisiera ir á darle ]as gra–
cias por el trabajo que va á tomarse.
-Lo encontrará usted en la calle de Chanoinesse,
bajo-el nombre de don Nicolás... Yo voy ahora allí.
{Y su compromiso con esos
pillos~
...
-Augusto se lo entregará á usted, dijo el anciano,
que se encaminó hacia el patio de la casa de salud.
En aquel momento llegaba con·un cabriolé el mozo
que había recibido el encargo de ir á buscarlo. Godo–
fredo montó en él, y estimuló al cochero con la pro–
-mesa de una buena propina si llegaba á tiempo
á
la
calle de la Chanoinesse, pues Godofredo quería co-
mer allí.
·
Media hora después de la marcha de Vanda, tres
hombres vestidos de negro, que la Vauthier introdujo
por la calle de Notre-Dame des Champs, donde espe–
raban sin duda el momento favorable, subieron la