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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

2 13

-~Es

eso seguro? preguntó el señor Bernard.

-Seguro, repitió el judío. La señora tiene en el ·

cuerpo un principio, un humor nacional del que es

preciso librarla. Cuando usted quiera, puede usted

traerla á la calle Basse-Saint-Pierre, en Chaillot, casa

de salud del doctor Halpersohn.

-~Y

cómo la llevaré?

-En una camilla, como se llevan todos los enfer-

mos á los hospitales.

-~Y

no la matará el

trayecto~

-No.

,

Y cuando HalJ?ersohn pronunciaba esta palabra

seca, estaba ya en la puerta, donde Godofredo le es–

peraba. El judío, que se ahogaba de calor, le dijo á

éste al oído:

-Además de los mil escudos, tendrá que pagar

quince francos diarios, advirtiendo á usted que se

pagan tres meses por adelantado.

-Está bien, caballero. Y

~responde

usted de la

cura? preguntó Godofredo poniéndose en el estribo

del cabriolé, donde el d9ctor estaba ya arrellenado.

-Respondo, repitió el médico judío.

~Ama

usted á

esa señora? ...

-No, respondió Godofredo.

-No diga usted nada de lo que voy á confiarle,

pues se lo digo únicamente para probarle que estoy

seguro de su curación, y, si usted cometiese una in–

discreción, mataría usted á esa señora.

Godofredo le respondió con un gesto.

-Hace ya diecisiete años que es víctima del prin–

cipio de la Plica polaca

(Plica polónica),

que produee

todos esos estragos, y yo he visto terribles ejemplos

de ellos. Ahora bien; hoy, yo soy el único que sabe la

manera de hacer salir la Plica y de poder curarla,

pues no siempre se curan todos. Caballero , ya ve us–

ted que soy desinteresado. Si esta señora fuese una

gran dama, una baronesa de Nucingen, ó cualquiera

otra mujer ó hija de los Cresos modernos, esta cura-