DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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-~Es
eso seguro? preguntó el señor Bernard.
-Seguro, repitió el judío. La señora tiene en el ·
cuerpo un principio, un humor nacional del que es
preciso librarla. Cuando usted quiera, puede usted
traerla á la calle Basse-Saint-Pierre, en Chaillot, casa
de salud del doctor Halpersohn.
-~Y
cómo la llevaré?
-En una camilla, como se llevan todos los enfer-
mos á los hospitales.
-~Y
no la matará el
trayecto~
-No.
,
Y cuando HalJ?ersohn pronunciaba esta palabra
seca, estaba ya en la puerta, donde Godofredo le es–
peraba. El judío, que se ahogaba de calor, le dijo á
éste al oído:
-Además de los mil escudos, tendrá que pagar
quince francos diarios, advirtiendo á usted que se
pagan tres meses por adelantado.
-Está bien, caballero. Y
~responde
usted de la
cura? preguntó Godofredo poniéndose en el estribo
del cabriolé, donde el d9ctor estaba ya arrellenado.
-Respondo, repitió el médico judío.
~Ama
usted á
esa señora? ...
-No, respondió Godofredo.
-No diga usted nada de lo que voy á confiarle,
pues se lo digo únicamente para probarle que estoy
seguro de su curación, y, si usted cometiese una in–
discreción, mataría usted á esa señora.
Godofredo le respondió con un gesto.
-Hace ya diecisiete años que es víctima del prin–
cipio de la Plica polaca
(Plica polónica),
que produee
todos esos estragos, y yo he visto terribles ejemplos
de ellos. Ahora bien; hoy, yo soy el único que sabe la
manera de hacer salir la Plica y de poder curarla,
pues no siempre se curan todos. Caballero , ya ve us–
ted que soy desinteresado. Si esta señora fuese una
gran dama, una baronesa de Nucingen, ó cualquiera
otra mujer ó hija de los Cresos modernos, esta cura-