DE LA HISTORIA
CONTEMPO~NEA
2C9
Godofredo respondió con una sonrisa y con un sa–
ludo.
- Adiós, caballero, y sobre todo dé usted las gra–
das á su amigo por el instrumento, que ha hecho la
felicidad de una pobre impedida.
-Amigo mio, dijo Godofredo cuando estuvo solo
con el señor Bernard, que le había seguido, creo po–
der asegurarle que no será usted explotado por ese
trío de
buenos sufetos .
Obtendré la suma necesaria,
pero es preciso que me confíe usted su tratado rela–
tivo á la retroventa... Para hacer más por usted,
tendría usted que dejarme leer su obra, no á mí, que
no tengo bastantes conocimientos para juzgarla, sino
á
un antiguo magistrado de perfecta integridad, que
se encargará, según el mérito de la obra, de encon–
trar una casa honrada con la que podrá usted arre–
glarse... No le digo á usted más sobre este asunto.
Entretanto, aquí tiene usted quinientos francos para
cubrir las necesidades más apremj.antes. No le pido
á
usted recibo; me quedará usted obligado única–
mente por su conciencia, y esto espero que no le
acusará á usted de nada hasta tanto que no haya us–
ted adquirido una posición desahogada ... Yo me en–
cargo de pagar á Halpersohn.
-~Quién
es usted? dijo el anciano cayendo sobre
una silla.
-Yo, nadie, respondió Godofredo. Pero sirvo á
personas poderosas que conocen su angustia y que se
interesan por usted . .. No me pregunte usted más.
-<Y cuál es el móvil de esa gente? preguntó el
anciano.
-¡La religión, caballero! replicó Godofredo.
-¡Es posible!. . . ¡la religión!
-Sí, la religión católica, apostólica y romana.
-<Pertenece usted á la orden de Jesús?
-No, señor mio, respondió Godofredo. Esté usted
tranquilo, pues esas personas no tienen más móvil
que socorrer á usted y hacer feliz á su familia.
14