DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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-En nuestro estado es preciso serlo todo , repuso
con esa alegría propiá de las verdaderas santas.
Hubo un momento de silencio que fué interrum–
pido por Godofredo, que exclamó:
- {Ha dicho usted dos mil deudores, señora? ¡Dos
mil cuentas! repitió. ¡Pero esto es inmenso!
-¡Ohl dos mil cuentas que pueden dar lugar á
restituciones basadas, cómo acabo de decirle á usted,
en la delicadeza de nuestros protegidos, pues tenemos
otras tres mil familias que no nos darán nunca más
que las gracias. Por eso, repito, sentimos la necesi–
dad de llevar libros, y si tiene usted una discreción á
toda prueba, usted será nuestro oráculo financiero.
Estamos obligados á tener un diario , un libro mayor,
cuentas corrientes y un libro de caja. Tenemos tam–
bién notas, pero se pierde mucho tiempo cuando
se tiene que buscar algo ... Ya están aquí estós seño–
res, · repuso.
Godofredo, grave' y pensativo , tomó al principio
muy poca parte en la conversación , pues estaba atur–
dido por la revelación que la señora de la Chanterie
acababa de hacerle con un tono que probaba que
quería recompensarle por su ardor.
-¡Dos mil familias agradecidas! se decía; pero si
cuestan tanto como nos va á costar el señor Bernard,
veo que tenemos infinidad de millones sembrados en
París.
Este sentimiento fué uno de los últimos mundanos
que se extinguió insensiblemente en Godofredo. Re–
flexionando comprendió que las fortunas reunidas de
la señora de la Chanterie, del señor Alain, de don
Nicolás, de don José y la del juez Popinot, y las do–
naciones recogidas por el abate Veze y los socorros
prestados por la casa Mongenod, habían tenido que
producir un capital considerable, y que, en doce ó
quince años, aquel capital, acrecentado por aquellos
socorridos que se mostraban agradecidos, tenia que
haber crecido como la bola de nieve, ya que aquellas