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EL REVERSO
caritativas personas no distraían ni un céntimo de sus
fondos. Poco á poco iba viendo claro en aquella in–
mensa obra, y su deseo de cooperar en ella aumentó.
A eso de las nueve, quiso volver
á
pie al bulevard
de Mont-Parnasse; pero la señora de la Chanterie,
temiendo á la soledad del barrio, le obligó á tomar
un cabriolé. Al bajar del coche, aunque las ventanas
de la casa estaban cuidadosamente cerradas, Godo–
fredo oyó los sonidos del instrumento, y cuando llegó
al descansillo, Augusto, que sin duda acechaba la
llegada de Godofredo, entreabrió la puerta de su ha–
bitación y le dijo:
-Mamá desea verle, y mi abuelo tiene el gusto
de ofrecer á usted una taza de te.
Al entrar, Godofredo encontró á la enferma trans–
figurada por el placer de tocar la música, y su rostro
y especialmente sus ojos, expresaban su alegria .
-Hubiese debido esperar á usted para que pu..
diera gozar de los primeros acordes; pero me arrojé
sobre este órgano como se arroja un hambriento
sobre un pedazo de carne. Usted tiene un alma capaz
de comprenderme, y por lo tanto espero que estaré
perdonada .
Y Vanda hizo una seña á su hijo, que fué á com–
primir el pedal que hacía respirar al fuelle del instru–
mento, y con los ojos fijos en el cielo, como Santa
Cecilia, la enferma, cuyos dedos habían recobrado
momentáneamente fuerza
y
agilidad, repitió unas va:–
riaciones sobre la oración de Moisés, que su hijo ha–
bía ido á comprarle y que :ella había compuesto en
pocas horas. Godofredo reconoció en ella un talento
idéntico al de Chopin. Era un alma que se manifes–
taba por medio de sonidos divinos, en los que domi–
naba una suavidad melancólica. El señor Bernard
había saludado á Godofredo con una mirada que ex- ""
presaba un sentimiento que no había experimentado
hacía ya mucho tiempo. SUas lágrimas no hubiesen
quedado agotadas para siempre en aquel anciano di-