DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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secado por tan crudos dolores, sus ojos hubiesen es–
~ado
humedecidos por las lágrimas.
Esto se adivinaba. El señor Bernard jugaba con su
tabaquera, contemplando
á
su bija con indecible éx–
tasis.
-Señora, dijo Godofredo cuando la música hubo
cesado , su suerte quedará decidida, pues le traigo á
usted una buena noticia. El célebre Halpersohn ven–
drá mañana á las tres. Me ha prometido decir la ver–
dad, le dijo al oído al señor Bernad.
El anciano se levantó, cogió
á
Godofredo por la
mano, se lo llevó á un rincón del cuarto al lado de
la chimenea, y, temblando, le dijo al oído:
-¡Ah! ¡qué noche voy
á
pasar! ¡Eso es para mi
una sentencia definitiva! ¡Mi hija será curada ó con–
denada!
-¡Valor! respondió Godofredo, y venga usted á
mi habitación después del te.
-Cesa, cesa, bija mía, dijo el anciano, porque
puedes provocar una crisis. A ese desarrollo de fuer–
zas sucederá el abatimiento.
Mandó á Augusto que le quitase el instrumento, y
prese1,1tó á su hija la taza de te que le estaba destinada,
con todo
el
mimo de una nodriza que quiere distraer
la impaciencia de la criatura.
-{Cómo es ese médico? preguntó dristraída ya con
la perspectiva de ver un nuevo sér.
Vanda, como todos los . prisioneros, estaba devo–
rada por la curiosidad. Cuando los demás fenómenos
físicos de su enfermedad cesaban, parecían trasladarse
á l.a parte moral, y entone:es concebía estraños c{pri–
chos y violentas fantasías. Quería ver á Rossini,
y
lloraba porque su padre, á quien ella creía omnipo-
tente, se negaba á llevárselo.
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Godofredo hizo entonces una minuciosa descripción
del médico judío y de su despacho
á
la enferma, que
ignoraba los pasos que había dado ya su padre. El
señor Bernard temía tanto hacer nacer en su hija es-