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EL · REVERSO
zando en ella algunas palabras. Al llegar yo, me en-
'
tregará usted doscientos francos ... ,
y
si prometo la '
curación, al fin de ella mil escudos ... Me han dicho,
repuso, que esa mujer está derretida como si hubiese
caído al fuego.
-Dando fe
á
los médicos de París, se trata de una
neurosis, cuyos desórdenes son tales, que nadie ha
querido darles fe hasta después de haberlos visto.
-.
-¡Ahl ahora me acuerdo de los detalles que el mu-
chacho me dió ... Hasta mañana, caballero.
•
Godofredo salió después de haber saludado á aquel
hombre tan singular como extraordinario. Nada indi–
caba en él al médico, ni siquiera su despacho desnudo,
en el que el único mueble que llamaba la atención
era aquella formidable caja de Huret ó de Fichet.
Godofredo pudo llegar aún á tiempo al pasaje Vi–
vienne para comprar, antes de que cerrasen la tienda,
un magnífico acordeón, y O{denó que lo llevasen á la
habitación del señor Bernard. Después se fué á la calle
de Chanoinesse, pasando por el muelle de los Agus–
tinos, donde esperaba encontrar aún abierto uno de
los almacenes de comisionistas de hbros, en el cual sos–
tuvo una larga conversación acerca de libros de juris–
prudencia con un joven dependiente.
Encontró á la señora de la Chanterie y
á
sus ami–
gos de vuelta de misa mayor, y á la primera mirada
que aquélla le dirigió, Godofredo respondió con un
significativo movimiento de cabeza.
-(NO está aquí nuestro querido padre Alain? le
preguntó.
-No, hoy no vendrá, respondió la señora Je la
Chanterie, y, por lo tanto, no lo verá usted hasta
dentro de ocho días, á menos que no vaya usted al
sitio que él le indicó como punto de cita.
-Señora t dijo en voz baja Godofredo, ya sabe
usted que no rp.e intimida eomo estos señores, y con–
taba hacerle una confesión.
-{Y yo?