DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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portable... Contaba con su inteligencia , y le doy las
gracias por su actitud... ¡Ahl ¡ya empieza el acceso!
¡me parece que ha gastado sus fuerzas con la visita!
exclamó al oir un grito
á
través de las paredes.
Y estrechando la mano
á
Godofredo, el anciano
corrió
á
su habitación.
Al día siguiente, á las ocho de la manaña, Godo–
fredo llamaba
á
la puerta del célebre médico polaco y
fué acompañado por un ayuda de cámara al primer
piso de aquella casa, que había podido examinar du–
rante el tiempo ·que el portero invirtió en buscar y
avisar al criado.
Afortunadamente, la exactitud de Godofredo, como
se había figurado, le salvó del fastidio de esperar.
Indudablemente era el primero que llegaba. De una
antesala muy sencilla pasó á un gran despacho, donde
vió
á
un anciano en bata de casa, que fumaba en una
gran pipa. La bata de alepín negro que se había
puesto reluciente, databa lo menos de la época de la
emigración polaca.
- <En qué puedo servirle á usted'? le dijo el mé–
dico judío, porque veo que no hace usted cara de
enfermo.
Y fijó en Godofredo una mirada que tenía la expre–
sión curiosa é irritante de los ojos del judío polacq,
de esos ojos que parecen tener oídos.
Con gran asombro de Godofredo, Halpersohn era
un hombre de cincuenta y seis años, de piernecitas
breas y cuyo busto era ancho y robusto. Había en
aquel hombre un no sé qué de oriental, y su cara
debía haber sido hermosa cuando joven; quedaba
únicamente de ella una nariz hebraica, blanca y en–
corvada como un sable de Damasco. La frente,
verdaderamente polaca, ancha y despejada, pero arru–
gada como un papel que ha sido apelotonado, recor–
daba la del San José de los antiguos maestros italia–
nos. Los ojos, de un color verde marino, y montados
como los de los loros en unas membranas grisáecas