DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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-¡Qué quieres, papá! mis sufrimientos son infer–
n-ales, dan horror de la vida y hacen que esté disgus..
tada de mí misma. Ahora bien; (en qué los he mere–
cido
yo~
Semejantes enfermedades no son un simple
transtorno de la salud, sino desarreglos completos del
organismo, y...
. -Canta el aire nacional que cantaba tu pobre ma–
dre, y darás gusto á este caballero, á quien he hablado
de tu voz, dijo el anciano, que quería indudablemente
distraer á su hija de las ideas que se apoderaban de
ella.
V
anda se puso á cantar en tono bajo y melodioso
una canción en idioma polaco, que hizo permanecer á
Godofredo extático de admiración y de tristeza. Aque–
lla melodía, bastante semejante á los arrebatadores y
melancólicos aires de Bretaña, es una de esas poesías
que vibran mucho tiempo en el corazón después de
haberlas oído. Mientras escuchaba á Vanda, Godofredo
la miraba, pero no pudo sostener las miradas extáti–
cas de aquel resto de mujer, casi loca, y fijó su vista
en unas bellotas que pendían á aml:-os lados del cielo
del lecho.
-¡Ahl ¡ahl exclamó Vanda riéndose al ver la aten–
ción con que miraba aquello Godofredo. <A que se
está usted preguntando para qué sirve eso?.
-Vanda, dijo el padre, vamos, cálmate, hija míá,
mira, aquí tienes el te. Eso, señor mío, es una má–
quina muy costosa, dijo el anciano á Godofredo. Mi
hija no puede levantarse, ni puede tampoco permane–
cer en el lecho si ng le hacen la cama y no le cambian
"las sábanas. Esos cordones corresponden á unas po–
leas, y, poniendo debajo de ella una gran piel cuadrada
sostenida por las cuatro esquinas, podemos levantarla
sin cansancio para ella ni para nosotros.
-Sí, me levantan; repitió locamente Vanda.
Afortunadamente, se presentó Augusto llevando
una tetera, que colocó sobre una mesita, así como
también la bandeja, llenándola de pasteles y de sand-
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