EL REVERSO
-Vamos, hija mía, calma. ¡Si hablamos de música,
estamos perdidos! dijo el anciano sonriéndose.
Aquella sonrisa, que rejuvenecía su rostro, enga–
ñaba siempre á la enferma.
-Mira, seré muy juiciosa, dijo Vanda con aire
testarudo, pero dame el acordeón.
Por esta época se había inventado ese instrumento
portátil que podía en rigor colocarse al lado de la
cama de la enferma ,
y
que, para dar los sonidos del
órgano, no exigía más que la presión del pie. Este
instrumento equivalía á un piano, pero costaba en–
tonces trescientos francos. La enferma, que leía los
periódicos y las revistas, conocía la existencia de ese
instrumento
y
hacía ya dos meses que deseaba uno.
-Sí, señora, tendrá usted uno, repuso Godofredo
obedeciendo á una mirada que le dirigió el anciano.
Un amigo mío, que parte para Argel , tiene uno mag–
nifico y yo se lo pediré prestado; porque, antes de
comprarle uno, es preciso que
ensa~e
usted éste. Es
posible que sus potentes y vibrantes sonidos no le
convengan.
-{Podré tenerlo mañana? dijo con la vivacidad de
una criolla.
-Mañana, repuso el señor Bernard, es demasiado
pronto, y además es domingo.
-¡Ah! exclamó la enferma mirando á Godofredo,
que creía ver revolotear un alma al observar la ubi–
cuidad de las miradas de Vanda.
Hasta entonces, Godofredo había ignorado el poder
de los ojos y de la voz cuando éstos pasan
á
ser todo
el poder de la vida. La mirada ya no era mirada, sino
una llama, ó, mejor dicho, un reflejo divino, un rayo
comunicativo de vida y de inteligencia, ¡el pensa–
miento visible! Aquella voz de mil entonaciones dife–
rentes reemplazaba los movimientos, los gestos y las
posturas de la cabeza. Las variaciones de su tez, que
cambiaba de color como el fabuloso camaleón, hacían
que la ilusión fuese completa. Aquella cabeza enfer-