DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
I
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Augusto, sentado en una silla ante una mesa de
marquetería, leía un libro á la claridad de los cande–
labros de la chimenea .
-Augusto, hijo mío, dile á Juan que venga á ser–
virnos el te dentro de una hora.
Y la enferma acompañó esta frase de una expresiva
mirada, á la que Augusto respondió con una seña.
-{Querrá usted creer, caballero, que hace
d~ez
a·fios que no tengo más criados que mi padre y mi
hijo, y que me sería imposible soportar
otros~
Si ellos
me faltasen, m'e moriría... Mi padre no quiere que
Juan, un normando que nos sirve hace treinta años,
entre en mi cuarto.
-Es claro, dijo el anciano dirigiendo una mirada
de inteligencia á Godofredo. El señor le ha visto:
sierra la leña, la mete en la leñera, hace la cocina y
los recados. Lleva un delantal tan sucio, que estro–
pearla toda esta elegancia tan necesaria para los ojos
de mi pobre hija, para quien este cuarto es toda la
naturaleza.
- ¡Ahl señora, su señor padre tiene razón.
-Y {por qué? dijo
V
anda. Si Juan hubiese estro-
peado mi cuarto, mi padre lo hubiera renovado.
-Sí, hija mía , pero lo peor es que tú no pue?es
salir de él, y no sabes lo que son los tapiceros de
París ... Necesitarían tres meses para arreglarlo . Figú–
rate el polvo que se levantaría de la alfombra si se
quitase. <Hacer
~ue
Juan entre á-limpiar tu
cuarto~
¡Cal no hay que pensar en ello. Tomando las minu–
ciosas precauciones que sólo pueden tomar un padre
y un hijo, hemos podido evitar la necesidad de barrer
el polvo . Si Juan entrase nada más que á servirnos,
en un mes estaría esto que no se podría ver.
-No es cuestión de economía, dijo Godofredo, se
trata de su salud de
u~ted.
Su señor padre tiene
razón.
-No, si no me quejo, respondió Vanda con voz
llena de coquetería.