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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

I

87

Augusto, sentado en una silla ante una mesa de

marquetería, leía un libro á la claridad de los cande–

labros de la chimenea .

-Augusto, hijo mío, dile á Juan que venga á ser–

virnos el te dentro de una hora.

Y la enferma acompañó esta frase de una expresiva

mirada, á la que Augusto respondió con una seña.

-{Querrá usted creer, caballero, que hace

d~ez

a·fios que no tengo más criados que mi padre y mi

hijo, y que me sería imposible soportar

otros~

Si ellos

me faltasen, m'e moriría... Mi padre no quiere que

Juan, un normando que nos sirve hace treinta años,

entre en mi cuarto.

-Es claro, dijo el anciano dirigiendo una mirada

de inteligencia á Godofredo. El señor le ha visto:

sierra la leña, la mete en la leñera, hace la cocina y

los recados. Lleva un delantal tan sucio, que estro–

pearla toda esta elegancia tan necesaria para los ojos

de mi pobre hija, para quien este cuarto es toda la

naturaleza.

- ¡Ahl señora, su señor padre tiene razón.

-Y {por qué? dijo

V

anda. Si Juan hubiese estro-

peado mi cuarto, mi padre lo hubiera renovado.

-Sí, hija mía , pero lo peor es que tú no pue?es

salir de él, y no sabes lo que son los tapiceros de

París ... Necesitarían tres meses para arreglarlo . Figú–

rate el polvo que se levantaría de la alfombra si se

quitase. <Hacer

~ue

Juan entre á-limpiar tu

cuarto~

¡Cal no hay que pensar en ello. Tomando las minu–

ciosas precauciones que sólo pueden tomar un padre

y un hijo, hemos podido evitar la necesidad de barrer

el polvo . Si Juan entrase nada más que á servirnos,

en un mes estaría esto que no se podría ver.

-No es cuestión de economía, dijo Godofredo, se

trata de su salud de

u~ted.

Su señor padre tiene

razón.

-No, si no me quejo, respondió Vanda con voz

llena de coquetería.