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EL REVERSO

'11

el hijo. Sin embargo, acabó por reprocharse su cu–

riosidad. El neófito no dejó de comprender que-aquel

sentimiento tan natural acabaría por extinguirse

á

me–

dida que fuese ejercitando su benéfico ministerio

y

á

fuerza de ver nuevos interiores

y

nuevas llagas.

En efecto; se llega á adquirir la divina mansedum–

bre que por nada se asombra ni se sorprende, lo mismo

que en amor se llega á la quietud sublime del seóti–

miento cuando se está seguro de su fuerza

y

de su

duración, gracias

á

una constante práctica de sus pe–

nas y de sus alegrías .

Godofredo supo que Halpersohn había llegado la

noche anterior, pero muy de mañana había tomado

el coche para ir á visitar á los enfermos que lé espe–

raban . La portera dijo

á

Godofredo que fuese al día

siguiente antes de las nueve.

Acordándose de la recomendación del señor Alain

respecto

á

la economía que era preciso emplear en sus

gastos personales, Godofredo se fué á comer por cinco

reales á la calle de Tournon ,

y

su abnegación fué re–

compensada, pues se encontró enmedio de cajistas

y

correctores de imprenta. Oyó una discusión sobre los

precios de fabricación, en la que tomó parte,

y

supo

que un volúmen en 8.

o,

compuesto de cuarenta hojas,

tirando- mil ejemplares en las mejores condiciones po–

sibles, sólo costaba seis reales . Se propuso ir á in–

formarse de los precios á que vendían sus libros los

editores de jurisprudencia, á fin de estar en el caso

de sostener una discusión con los libreros que tenían

al señor Bernard en sus manos, si por casualidad

llegaba

á

encontrarse con ellos.

A eso de las siete de la tarde, volvió al bulevard

de Mont-Parnasse por las calles de Vaugirard , Ma–

dame

y

Oeste,

y

reconoció lo desierto que estaba

aquel barrio, porque no vió en él á nadie. Es verdad

que el frío era riguroso, que caían gruesos copos de

nieve

y

que los coches no hacían ruido alguno al

marchar.