DE LA
H1STOR~~-, C~NTEMPORÁNEA
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'·cuando tenía mayores necesidades, y él venía sier;n–
pre el día en que la desesperación me obligaba á en–
tregarme sin defensa.
-Está usted equivocado, señor mío, dijo Godo–
fredo. Lo que ha ocurrido aquí es que la portera le
~spiaba
á usted. Pero veamos las condiciones, diga–
melas usted con claridad.
-Me prestó quinientos francos, representados hoy
por tres letras de cambio de á mil francos, y estos
tres mil francos son el total con que figura hipotecada
mi obra, de la _que no puedo disponer, á no ser de–
volviéndoselos. Las letras de cambio están protesta–
das, y se ha celebrado ya un juicio contradictorio.
Vea usted, caballero, las complicaciones de la m iseria.
Tasada muy modestamente, la primera edición de
esta obra inmensa, obra de diez años de trabajo y
de treinta de experiencia, valdría lo menos diez mil
francos. Pues bien; hace cinco días que Morand me
proponía mil escudos
y
la anulación de las letras de
cambio, por la propiedad total de la obra. Como yo
no sé adónde ir á buscar tres mil doscientos cuarenta
francos, si usted no se interpone, no tendré más re–
medio que cedérsela. No se han contentado con mi
honor, han exigido para mayor garantía letras de
cambio protestadas. Si yo les devuelvo lo que les debo,
estos usureros habrán doblado lo que me han dado, y
si yo acabo el trato con ellos, harán una fortuna,
pues uno de ellos es un antiguo comerciante de 'Pa–
pel, y Dios sabe lo mucho que ellos pueden reducir
los gastos de impresión. Como lleva mi nombre la
obra, saben que la venta de diez mil ejemplares está
asegurada.
-¡Cómo! ¡señor! usted, antiguo magistrado...
-<Qué quiere
usted~
¡ni un amigo! ¡ni un re-
cuerdo! Sin embargo, si he hecho caer muchas cabe–
zas, también he salvado muchag. En fin, mi hija, mi
hija, de quien soy enfermero y á quien hago compañía,
viéndome obligado á trabajar de noche ... ¡Ah! joven, .