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EL REVERSO
-¡Mil escudos! repitió Godofredo . ¡Ah! descuide
usted, si yo tuviera mil escudos, no vendría á vivir
aquí. Pero, vea · usted , no puedo ver el sufrimiento
ajeno , y por unos cuantos cientos de francos que ine
va á costar esto, tendré la seguridad de que mi ve–
cino, que es un hombre de cabellos blancos, tendrá
pan y leña... {Qué quiere usted? muchas veces se
pierden jugando mayores cantidades que esas .. . Pero,
tres mil francos, ¡caramba! ¡ya es otra cosa!
La Vauthier, engañada por la fingida franqueza de
Godofredo, dejó ver en sus labios una sonrisa de sa–
tisfacción, que confirmó las sospechas del inquilino .
Godofredo quedó persuadido de que aquella vieja era
cómplice de una trama urdida contra el pobre señor
Bernard.
-¡Qué cosas más raras se le meten
a
una en la
cabezal Va usted á decirme que soy muy curiosa,
pero ayer cuando le ví á usted hablando con el señor
Bernard, me figuré que era usted algún dependiente
de librería, porque
este.esel barrio de ellos. Yo tuve
aquí un inquilino que era regente de una imprenta de
la calle de Vaugirard, que se llamaba como usted.
-Y {qUé le importa ·á usted mi
profesión~
dijo Go...
dofredo.
-¡Bah! que me lo diga usted ó que no me lo diga,
de todos modos lo sabré. Vea usted, por ejemplo, al
señor Bernard, que estuve dieciocho meses sin saber
lo que era; pero al llegar al diecinueve , acabé por
· descubrir que había sido magistrado, juez ó no sé qué
de justicia, y que escribe sobre estas cosas ... Y
{qué ganó con eso? nada, porque yo se lo digo
á
todo
el mundo; pero si me lo hubiera confiado, me ca–
llaría.
-Aun no soy dependiente de librería, pero no tar–
daré en serlo.
-¡Me lo sospechaba! dijo vivamente la viuda Vau–
thier volviéndose
y
dejando la cama que estaba ha–
ciendo, para tener un pretexto para permanecer al lado