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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

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mis huesos. He visto muchas veces ir á Montsouris

á los carreteros de las refinerías á buscar huesos para

sus fábricas, y me dijeron que los empleaban para

hacer azúcar.

Y se fué á buscar más leña después de haber dado

esta filosófica respuesta.

Godofredo cerró discretamente la puerta del anciano

señor y lo dejó solo con su hija. La señora Vauthier,

que entretanto había hecho el almuerzo de su nuevo

inquilino, se presentó á servirle, ayudada de Felici–

dad. Godofredo, sumido en sus reflexiones , miraba

el fuego de su chimenea. Estaba embebido en la con–

templación de aquella miseria que encerraba tantas

miserias diferentes, pero donde entreveía también las ·

inefables alegrías de los mil triunfos alcanzados por

el amor filial y paternal. Aquello eran perlas sepulta–

das en el pozo de una mina.

- (Qué novelas, por muy célebres que sean , valen

lo que estas

realidades~

tOué vida iguala

á

la que se

hace uniéndose

á

semejantes seres, procurando pene–

trarse de las causas y efectos de sus males, calmando

los dolores y ayudando al

bien~...

¡Ir de este modo

á

encarnarse con la desgracia y á iniciarse en tales

interiores! Tomar parte perpétuamente en los dramas

nacientes, cuya pintura hecha por los más célebres

autores nos encanta!. ..

No

sabía yo que el bien tu–

viese más atractivos que el vicio.

-(Está el señor contento? prc;guntó la señora Vau–

thier, que, ayudada por Felicidad, acababa de colocar

la mésa al lado de Godofredo.

Godofredo vió entonces una excelente taza de café

con leche, acómpañada de una humeante tortilla y de

rabanitos asados.

...

-(Dónde diablos ha buscado usted estos rábanos?

preguntó Godofredo .

-Me los ha regalado el señor Cartier, y he que–

rido obsequíarle á usted con ellos, respondió la por–

tera.