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EL REVERSO

gente! se dijo Godofredo soplando el fuego . ¡Qué ad–

mirable representante del burgués de hoy! chismoso,

curioso, partidario de la igualdad, ansioso de parro–

quianos, furioso porque no puede saber la causa que

obliga

á

un pobre enfermo

á

no salir de su cuarto,

ocultando su fortuna, y envanecido con ella y ponién–

dola de

manifi~sto

cuando se trata de humillar al ve–

cino. Este hombre debe ser lo menos teniente de su

compañía. Si permanece un instante más, hubiera

tenido ya un amigo en el señor Cartier.

El gran anciano interrumpió este soliloquio de

Godofredo, que prueba lo mucho que habían cam–

biado sus ideas en cuatro meses.

-Dispénseme usted, vecino , le dijo con voz tur–

bada, veo que ha logrado usted que el jardinero se

vaya satisfecho, pues acaba de saludarme muy cor–

tésmente. La verdad es, joven, que la Providencia

parece que le ha enviado á usted aquí en el momento

en que íbamos á sucumbir. ¡Ay de míl ¡una indiscre–

ción de este hombre le ha hecho á usted adivinar

muchas cosas! Es verdad que recibí el semestre de

mi pensión hace quince días; pero tenía deudas· más

apremiantes que esta, y he tenido que reservarme

el

dinero para pagar

el

alquiler, so pena de ser arrojado

de aquí. Usted, á quien he confiado el estado de mi

hija y que la ha oído...

Y el anciano miró con aire inquieto á Godofredo,

que hizo un signo afirmativo.

-Pues bien, juzgue usted si el golpe sería de

muerte... sería preciso llevarla al hospital. .. Mi nieto

y yo temíamos que llegase este día, y no lo temíamos

precisamente por Cartier, sino por el frío.

-Mi querido señor Bernard, yo tengo aquí leña,

tome usted la que quiera, repuso Godofredo.

-{Cómo pagar nunca tales favores? No.

-Aceptándolos sin cumplimiento y concediéndome

toda su confianza, replicó vivamente Godofredo.

-Pero {qué derechos tengo yo á tanta generosidad?