DE LA HISTORIA
CO~TEMPORÁNEA
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suelen usar los porteros, y bajo el cual se veían algu–
nas cortezas de árbol, hubiese explicado la pobreza
del señor Bernard, sin tener en cuenta los otros deta–
lles que armonizaban en un todo con aquel horrible
hornillo.
Dando un paso, Godofredo vió desparramada por
uno
y
otro sitio la batería de cocina de las casas más
pobres: cuencos de tierra, en donde nadaban unas·
patatas en un agua sucia. Dos mesas de madera ne–
gras, cargadas de papeles, de libros, y colocadas
delante de la :ventana que daba á la calle de Notre–
Dame des Champs, indicaban las ocupaciones noc–
turnas del abuelo
y
del nieto. En estas dos mesas
había dos candeleros de hierro colado, como los que
usan los pobres, en los que Godofredo vió sendas
velas de las más baratas, es decir, de
e~as
que entran
ocho en libra.
Sobre una tercera mesa, que servía de mesa de co–
cina, brillaban dos cubiertos
y
una cucharita de plata
sobredorada, unos platos, una copa, tazas de porce–
lana de Sevres, y dos cuchillos de plata sobredorada
y
de acero
y
su estuche, en una palabra, la vajilla de
la enferma.
El hornillo estaba encendido,
y
el agua que había
puesta á calerttar humeaba débilmente. Un armario
de madera pintada contenía sin duda la ropa
y
los
efectos de la hija del señor Bernard, pues á los pies
del lecho del padre vió doblado
y
puesto del revés el
traje q'ue llevaba la víspera.
Otras ropas viejas, colocadas del mismo modo en
el lecho del hijo, hacían presumir que todo su ves–
tuario estaba allí. Debajo de las camas vió Godofredo
el calzado. El piso, que se barría sin duda muy rara
vez, se parecía al de los cuartos de las casas de hués–
pedes pobres. Un pan de seis libras encentado se veía
sobre una tabla que había encima de la mesa. En fin,
que aquello era la miseria en su último período, la
miseria perfectamente .organizada con la fría decencia