DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
I
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Cartier miró á Godofredo de una manera singular.
-Usted sin duda está mejor enterado que la se–
ñora Vauthier, la cual me ha venido á decir que me
diese prisa si quería que me pagase, dijo el jardinero.
Señor, ni la portera ni yo hemos podido explicarnos
nunca cómo es que esta gente que come pan y que
recoge restos de legumbres
y
de patatas en las puer–
tas de las fondas, pues yo mismo he sorprendido al
pequeño llenando un cabás de estos desperdicios,
cómo es, repito, que esa gente gasta cerca de cua–
renta francas· al mes en flores... Dicen que el viejo
no tiene más que tres mil francos de pensión.
-En todo caso, usted es el que menos debe criti–
tar el que se arruinen
~amprando
flores, re¡jlicó Go–
dofredo.
-Sí, con tal que me paguen.
-Tráigame usted la factura.
-Está muy bien, señor, dijo el jardinero con cierto
respeto. {Quiere acaso el señor ver á la dama escon–
dida~
...
-Vamos, amigo mío, usted no sabe lo que se dice,
replicó secamente Godofredo.
Vuelv~
usted á su casa,
escoja las flores más hermosas que tenga, y trjigalas
para substituir á las que se lleva usted en este mo–
mento. Si puede usted traerme buena crema y huevos
frescos, seré su parroquiano y mañana iré
á
ver su
establecimiento.
-Es uno de los más hermosos de Paris, y ex–
pongo mis frutos en el Luxemburgo. Mi huerta, que
tiene tres fanegas, está situada en el bulevard, detrás
del jardín de la Grande-Chaumiere.
-Muy bien, señor Cartier. Por lo que veo, es us–
ted más rico que yo. Tenga usted alguna considera–
ción con nosotros, pues sabe Dios si llegaremos á
necesitarnos mutuamente.
El jardinero salió, preocupándote mucho la idea de
quién podría ser Godofredo .
-¡Y pensar que yo he sido lo mismo que esta