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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

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preguntó ·el señor Bernard volviéndose desconfiado.

Mi orgullo

y

el de mi nieto están vencidos, exclamó,

pues nos hemos visto obligados á entrar en explica–

ciones con los dos ó tres acreedores que tenemos. Los

desgraciados ni siquiera pueden tener acreedores,

pues para tenerlos, se necesita gozar de un cierto es–

plendor externo que nosotros hemos perdido. Pero

yo aun no he abdicado de mi buen sentido, de mi

razón, ·añadió como si hablase consigo mismo.

-Caballero, respondió sériamente Godofredo, el

relato que usted me hizo ayer, arrancaría lágrimas al

mayor usurero.

-No, no, porque Barbet, ese librero, el propie–

tario de la casa, especula con mi miseria y la hace

espiar por esa Vauthier, su antigua criada.

-Pero {CÓmo puede especular con

usted~

preguntó

Godofredo.

-Ya se lo contaré

á

usted después, respondió el

anciano. Mi hija puede tener frío, y puesto que usted

lo permite, como estoy en una situación que me obli–

garía á recibir una limosna de mi más crud ene–

migo ...

-Yo mismo le llevaré á usted la leña, dijo Godo–

fredo, que atravesó el descansillo llevando una docena

de troncos y depositándolos en el primer cuarto de

la habitación del anciano.

El buen señor había tomado otros tantos, y cuando

vió aquella provisión de leña, no pudo reprimir la

sonrisa necia y casi estúpida con que expresan su

alegría las gentes salvadas de un peligro mortal que

les parece inevitable. El carácter especial de esa son-.

risa depende de que la alegría está aún mezclada con

restos de terror.

-Mi querido señor Bernard, acepte usted todo de

mí sin desconfianza, y cuando su hija esté salvada,

cuando sean ustedes felices, yo le explicaré

á

usted

todo esto... Pero hasta entonces, déjeme usted obrar...

He ido á casa del médico judío, y, desgraciadamente,

..