DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
l
67
preguntó ·el señor Bernard volviéndose desconfiado.
Mi orgullo
y
el de mi nieto están vencidos, exclamó,
pues nos hemos visto obligados á entrar en explica–
ciones con los dos ó tres acreedores que tenemos. Los
desgraciados ni siquiera pueden tener acreedores,
pues para tenerlos, se necesita gozar de un cierto es–
plendor externo que nosotros hemos perdido. Pero
yo aun no he abdicado de mi buen sentido, de mi
razón, ·añadió como si hablase consigo mismo.
-Caballero, respondió sériamente Godofredo, el
relato que usted me hizo ayer, arrancaría lágrimas al
mayor usurero.
-No, no, porque Barbet, ese librero, el propie–
tario de la casa, especula con mi miseria y la hace
espiar por esa Vauthier, su antigua criada.
-Pero {CÓmo puede especular con
usted~
preguntó
Godofredo.
-Ya se lo contaré
á
usted después, respondió el
anciano. Mi hija puede tener frío, y puesto que usted
lo permite, como estoy en una situación que me obli–
garía á recibir una limosna de mi más crud ene–
migo ...
-Yo mismo le llevaré á usted la leña, dijo Godo–
fredo, que atravesó el descansillo llevando una docena
de troncos y depositándolos en el primer cuarto de
la habitación del anciano.
El buen señor había tomado otros tantos, y cuando
vió aquella provisión de leña, no pudo reprimir la
sonrisa necia y casi estúpida con que expresan su
alegría las gentes salvadas de un peligro mortal que
les parece inevitable. El carácter especial de esa son-.
risa depende de que la alegría está aún mezclada con
restos de terror.
•
-Mi querido señor Bernard, acepte usted todo de
mí sin desconfianza, y cuando su hija esté salvada,
cuando sean ustedes felices, yo le explicaré
á
usted
todo esto... Pero hasta entonces, déjeme usted obrar...
He ido á casa del médico judío, y, desgraciadamente,
..