EL REVERSO
estaba en armonia eon aquel lujo, y tomaba tabaco
de una tabaquera de oro guarnecida de diamantes.
-Querida hija, aquí tienes el vecino de quien te
hablé, dijo el señor Bernard á su hija.
E hizo una seña á su nieto para que trajese al lado
de la cama uno de los sofás semejantes á la poltrona,
y
que se encontraban á ambos lados de la chimenea.
-Este señor se llama don Godofredo, y siempre
se ha mostrado muy amable con nosotros, continuó
el anciano.
Vanda hizo un ligero movimiento de cabeza para
responder al profundo saludo de Godofredo; y, por la
manera que tuvo de inclinar y enderezar el cuello,
Godofredo vió que toda la vida de la enferma residía
en la cabeza. Los brazos adelgazados y las manos
secas descansaban en las blancas y finas s!banas,
como cosas extrañas á aquel cuerpo, que parecfa no
ocupar lugar en la cama . Los objetos necesarios á la
e nferma estaban colocados detrás de la cabecera de
la cama, en un pequeño estante cubierto con una
cortina de seda.
-Caballero, á excepción de los médicos, que no
son hombres para mi, es usted la primera persona
que veo desde hace diez años; de modo que ya com–
prenderá usted el interés y curiosidad que me babia
usted inspirado desde el momento en que mi padre
me anunció su visita. ¡Oh! una curiosidad invencible,
apasionada, semejante
á
la de nuestra madre Eva. . .
Mi padre, tan bueno para mf, y mi hijo, á quien amo
tanto, bastan seguramente para llenar el desierto de
un alma que yace ahora casi sin cuerpo, pero, des–
pués de todo, esta alma sigue siendo mujer,
y
no he
de negar que sentí una alegria infantil con la espe–
ranza de su visita. Nos hará usted el favor de tomar
una taza de te con nosotros, (Verdad}
-El señor me ha prometido pasar la velada con
n osotros, respondió el anciano con la gracia de un
millonario que hace los honores de su casa.