DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
19 1
miza, sepultada en aquella almohada de batista ador–
nada de encajes, era toda una persona.
Godofredo no había contemplado en su vida un
espectáculo tan grande,
y
apenas si podía soportar
sus emociones. · ¡Otra cosa sublime! pues todo era
extraño en aquella situación, llena de poesía y de
horror: el alma era lo único que vivía en los espec–
tadores. Aquella atmósfera, llena únicamente de sen–
timientos, ejercía una influencia celestial. Lo mismo
que la enferma, los allí presentes creían no tener
cuerpo, todo era allí espíritu. A fuerza de contemplar
aquellos raquíticos restos de una mujer bonita, Godo–
fredo olvidaba los mil detalles elegantes de aquel
cuarto
y
se creía en pleno cielo. Sólo al cabo de
media hora echó de ver un aparador lleno de curiosi–
dades, colocado debajo de un magnífico retrato que
la enferma le rogó que fuese
á
ver, porque era de
Gericault.
~Gericault,
dijo la enferma, era de Rouen,
y
como
su familia debiese algunos favores
á
mi padre, él nos
regaló esa obra maestra, donde puede usted · verme
cuando tenía dieciséis años.
-Tiene usted aquf un hermoso cuadro, que es
completamente desconocido para los que se ocupan
de las raras obras de este genio, dijo Godofredo.
-Para mí es únicameute un objeto que le tengo
cariño,
y
que, por la tanto, tiene gran importancia,
porque yo sólo vivo con el corazón, y mi vida no
puede ser mejor, añadió mirando
á
su padre y en–
viándole toda su alma en aquella mirada. ¡Ahl caba–
llero, ¡si supiese usted lo que es mi padre! ¡Quién
hubiera creído nunca que ese grande y severo magis- '
trado, á quien el Emperador debió tantos favores que
le regaló esa tabaquera, y
á
quien Carlos X creyó
recompensar dándole esa bandeja que ve usted allí,
dijo señalando la consola, que era firme y poderoso
sostén de las leyes, que ese sabio publicista reuniera
en su corazón de roca las delicadezas del corazón de