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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

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miza, sepultada en aquella almohada de batista ador–

nada de encajes, era toda una persona.

Godofredo no había contemplado en su vida un

espectáculo tan grande,

y

apenas si podía soportar

sus emociones. · ¡Otra cosa sublime! pues todo era

extraño en aquella situación, llena de poesía y de

horror: el alma era lo único que vivía en los espec–

tadores. Aquella atmósfera, llena únicamente de sen–

timientos, ejercía una influencia celestial. Lo mismo

que la enferma, los allí presentes creían no tener

cuerpo, todo era allí espíritu. A fuerza de contemplar

aquellos raquíticos restos de una mujer bonita, Godo–

fredo olvidaba los mil detalles elegantes de aquel

cuarto

y

se creía en pleno cielo. Sólo al cabo de

media hora echó de ver un aparador lleno de curiosi–

dades, colocado debajo de un magnífico retrato que

la enferma le rogó que fuese

á

ver, porque era de

Gericault.

~Gericault,

dijo la enferma, era de Rouen,

y

como

su familia debiese algunos favores

á

mi padre, él nos

regaló esa obra maestra, donde puede usted · verme

cuando tenía dieciséis años.

-Tiene usted aquf un hermoso cuadro, que es

completamente desconocido para los que se ocupan

de las raras obras de este genio, dijo Godofredo.

-Para mí es únicameute un objeto que le tengo

cariño,

y

que, por la tanto, tiene gran importancia,

porque yo sólo vivo con el corazón, y mi vida no

puede ser mejor, añadió mirando

á

su padre y en–

viándole toda su alma en aquella mirada. ¡Ahl caba–

llero, ¡si supiese usted lo que es mi padre! ¡Quién

hubiera creído nunca que ese grande y severo magis- '

trado, á quien el Emperador debió tantos favores que

le regaló esa tabaquera, y

á

quien Carlos X creyó

recompensar dándole esa bandeja que ve usted allí,

dijo señalando la consola, que era firme y poderoso

sostén de las leyes, que ese sabio publicista reuniera

en su corazón de roca las delicadezas del corazón de