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DE LA HISTORIA

CONTEMPORÁNEA

I

97

soberanos, sultados de sus · relaciones con los chi–

nos, los cosacos, los persas, los turcos

y

los tártaros.

Algunas aldeanas que pasan por hechiceras, curan

radicalmente la rabia en Polonia con jugos de yerbas.

Existe en este país un cuerpo de observaciones sin

código sobre los efectos de ciertas plantas

y

algunas

cortezas de árboles reducidas á polvo, que van trans–

mitiéndose de familia en familia,

y

con las que se ha–

cen curas milagrosas.

Halpersohn, que pasó durante cinco ó seis años

por un me-1iquillo, á causa de sus polvos

y

de sus

medicinas, poseía la ciencia innata de los grandes mé–

dicos. No sólo era sabio y había observado mucho,

sino que además había recorrido Alemania, Rusia,

Persia

y

Turquía, en donde había recogido muchas

tradiciones;

y

como conocía la química, pasó á ser

la biblioteca ambulante de aquellos secretos esparci–

dos

y

poseídos por las mujeres de todos los países

donde había estado, en compañía de su padre, que

(fjerda la profesión de comerciante ambulante.

No se vaya á creer que sea una ficción la escena

del

Ricardo en Palestina,

en que Saladin cura al rey de

Inglaterra. Halpersohn poseía una bolsa de seda que

sumergíá en el agua para colorearla ligeramente, cu–

rando esta bebida muchas fiebres pertinaces. La virtud

de las plantas es infinita,

y

ella hace posibles las cura–

ciones de las más horrorosas enfermedades. Sin em–

bargo, él, lo mismo que sus colegas, quedaba admi-

, rado á veces ante cosas que le eran incomprensibles.

Halpersohn era partidario de la homeopatía, más bien

á causa de su terapéutica que por su sistema medica!,

y

mantenía· entonces correspondencia con

Heden~us

de Dresde, Celio de Hidelberg,

y

con los médicos a,le...

manes más célebres, si bien teniendo siempre su mano

cerrada, á pesar de que estaba llena de descubrimien–

tos. No quería cener discípulos.

El marco estaba por lo demás en armonía con

aquel retrato escapado de una tela de Rembrandt. El