EL REVERSO
despacho tenía las paredes cubiertas co! papel imi–
tando al terciopelo verde. La alfombra, verde también,
estaba sumamente raída. Un gran sofá de cuero negt"o
para los consultantes se veía ante la ventana, pro–
vista de visillos verdes. Un sillón de escritorio, de
forma romana, de caoba
y
cubierto de marroquí verde,
servía de asiento al doctor.
Entre la chimenea y la espaciosa mesa de escrito–
rio, una caja común de hierro , colocada en el centro
de una pared lateral, sostenía un reloj de granito de
Viena, sobre el cual se veía un grupo de bronce, que
representaba al Amor jugando con la Muek·te, y que era
regalo de un gran escultor alemán, á quien sin duda
había curado Halpersohn. La chimenea tenía por todo -
adorno dos candelabros y enmedio de estos una gran
copa.
A ambos lados del diván, sendas rinconeras de
ébano servían para poner bandejas, donde Godofredo
vió palanganas de plata, garrafas y unas servilletas .
Esta sencillez llamó mucho la atención de Godo–
fredo, que con una ojeada pudo verlo todo y que re–
cobró en seguida su sangre fría.
-Señor, yo me encuentro perfectamente y no vengo
aquí por mí, sino por una mujer
á
la que hace ya
tiempo que debía usted haber ido á visitar. Se trata
de una señora que vive en el bulebard de Mont-Par–
nasse.
-¡Oh! sí, esa señora me ha mandado ya varias
veces á su hijo . Pues bien , señor mío, que venga á
la consulta.
-¡Que venga! repitió Godofredo indignado. Tenga
usted en cuen'ta que no puede moverse de la cama, y
que seria preciso traerla en una camilla.
-¡Cómo se conoce que no es usted médico, caba–
llero! dijo el doctor judío haciendo una mueca que
hizo parecer su rostro mucho más malvado aun de lo
-que era .
.......Si el barón de Nucingen le mandase á usted á