DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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decir que sufre y que desea que usted le visite, {le res–
pondería usted: Que venga?
-No, iría, replicó fríamente el judío soltando un
salibazo en una escupidera de caoba holandesa llena
de arena.
-Iría usted, repuso con amabilidad Godofredo,
porqu~
el barón de Nucingen tiene dos millones de
renta.
-Lo demás me tiene sin cuidado, irfa.
..-. -Puel'\ bien, espero que vendrá usted á ver á la
señora de la calle de Mont-Parnasse por la misma
razón. Sin tener la fortuna del barón de Nucingen, he
venido aquí para decirle á usted que ponga precio
á
la cura, ó á sus visitas, si por desgracia ésta no pu–
diese llevarse á cabo. Estoy dispuesto á pagar por
adelantado; aunque creo que usted, como emigrado
polaco y como comunista, ha de hacer algún sacrifi–
cio por Polonia, pues esl\ señora es nieta del coronel
Tarlowski, el amigo del príncipe Poniatowski.
-Señor mío, usted ha venido
á
pedirme que cure
á esa mujer y no
á
darme consejos. En Polonia soy
polaco y en París parisiense. Cada uno hace el bien
á
su modo, y créame usted que la avaricia que me atri–
buyen tiene su razón de ser. El tesoro que amontono
tiene un destino santo. Vendo la salud, los ricos pue–
den pagarla y yo se la hago pagar. Los pobres tien-en
sus médicos... Si yo no tuviese algún objeto, no ejer-·
ceria la medicina. Vivo sobriamente
y
paso el tiempo
trabajando; soy perezoso y era jugador... En
fin~
acabe usted, joven, pues no está usted en edad de
poder juzgar á los ancianos.
Godofredo guardó silencio.
-Por lo que usted dice, se trata de la nieta de
aquel imbécil que no tenía valor más que para ba–
tirse y que entregó su país
á
Catalina 11.
-Sí, señor.
-Esté usted en casa de la enferma el lunes
á
las
tres, dijo dejando su pipa, sacando su agenda y tra-