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EL RI!:VERSO

wichs. Después llevó la crema y la manteca. La vista

de todo aquello cambió por completo las

disposicio~

nes de la enferma, que parecía que iba á empezar á

ser' presa de una crisis.

-Mira, Vanda, aquí tienes la nueva novela de

Na~

than. Si te despiertas esta noche, ya tendrás qué leer.

-La perla de Dol.

¡Ahl esto debe ser una historia

de amor. Dime, Augusto,

~ya

sabes que me van á

traer el acordeón?

Augusto levantó la cabeza bruscamente y miró á su

abuelo con aire singular.

-Vea usted cómo me ama, repuso Vanda. Ven

á darme un beso, mono mío. No, no es á tu abuelo á

quien tienes que dar las gracias, sino á este señor,

que ha quedado en traerme uno prestado mai'i.ana por

la mañana .

~Cómo

es ese acordeón, señor?

A una seña del anciano, Godofredo explicó

detalla~

damente la forma y mecanismo del acordeón, al mismo

tiempo que saboreaba el te hecho por Augusto, que,

como era de excelente calidad, estaba exquisito.

A eso de las diez y media, el iniciado se retiró,

cansado del espectáculo de aquella lucha insensata

del abuelo y del hijo, y admirando su heroísmo y su

paciencia para desempeñar todos los días un doble

papel.

-Vamos,

~comprende

usted ahora la vida que yo

hago? le dijo el señor Bernard, que le había acompa–

ñado hasta su habitación. A todas horas, las emocio–

nes del ladrón atento á todo. ¡Una palabra, un gesto,

mataría á mi hija! Una chuchería de menos de las que

acostumbra á ver que le traemos siempre, revelarfa

todo á ese espíritu que ve á través de las paredes .

-Caballero, respondió Godofredo, el lunes, Hal–

persohn, que ya está aquí, pronunciará su fallo sobre

su hija de usted. Mucho dudo que la ciencia pueda

restablecer ese cuerpo...

-¡Ohl tampoco cuento con ello, repuso el antiguo

magistrado; pero, al menos, que le hagan la vida so-