Z. MARCAS
acontecimientos políticos, comentando las sesiones de
las cámaras
y
discutiendo la conducta de una corte
cuya voluntaria ignorancia sólo puede compararse á
la simpleza de los cortesanos, á la vulgaridad de los
hombres que forman un cerco en torno del nuevo
trono, todos sin talento ni alcances, sin gloria ni cien–
cia y sin influencia ni grandeza! ¡Qué mayor elogio
de la corte de Carlos X que la corte actual, si es que
á esto •puede llamársele corte! ¡Qué odio contra el
país en la naturalización de vulgares extranjeros, en–
tronizados en la Cámara de los pares! ¡Qué negación
de justicia! rqué insulto hecho á los talentos
y
ambi–
ciones nacidos en el suelo! Mirábamos todas aquellas
cosas como si fuese un espectáculo,
y
las lamentá–
bamos, sin tomar resolución alguna.
Justo, á quien nadie fué á buscar
·y
que no hubiera
ido á buscar á nadie, era á los veinticinco años un
profundo politico , un hombre de una aptitud maravi–
llosa para percibir las relaciones lejanas entre los he–
chos presentes
y
los hechos futuros. En
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1
me dijo
lo que tenía que ocurrir y que ocurrió: los asesinatos,
las conspiraciones, el reinado de los judíos, la penuria
causada por los movimientos de Francia, la escasez
de in teligencia en la clase superior
y
la abundancia
de talentos en Jas clases bajas, donde los más hermo–
sos caracteres se extinguen bajo las cenizas del ci–
garro. {Qué hacer? Su familia quería que fuese mé–
dico. Ser médico {no equivalía á tener que esperar
veinte años para procurarse una clie'ltela? {Sabéis lo
que ha sido de él? No, (verdad? Pues bien, es mé–
dico, pero ha dejado la Francia
y
está en Asia. En
este momento sucumbe acaso á la fatiga en un de–
sierto, muere sin duda bajo los golpes de una horda
salvaje, ó es quizá primer ministro de algún príncipe
indio. Mi vocación, por mi parte, es la acción . Salido
á los veinte años de un colegio, me era imposible es–
tudiar para militar á no ser sentando plaza de sol–
dado,
y
cansado de la triste perspectiva que ofrece el