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MARCAS
vaba una corbata negra. Este traje no tiene nada de
extraord inario, pero guardaba perfecta armonía con
los modales y la fisonomía de aquel hombre Al verle,
mi primera impresión no fué la sorpresa, ni el asom–
bro, ni la tristeza, ni el interés, ni la piedad, sino una
curiosidad que participaba de todos estos sentimien–
tos. Andaba muy despacio, con paso que denotaba
profunda melancolía, y la cabeza inclinada hacia ade-
J
lante, aunque no hundida como acostumbran á
11~varla los que saben que son culpables. Su cabeza
grande y bien conformada, que parecía contener los
tesoros necesarios para un ambicioso de primer orden,
parecía que iba cargada de pensamientos; sucumbía
bajo el peso de un dolor moral, pero no había el me·
nor indicio de remord imientos en sus facciones. Res–
pecto á su cara, quedará descrita con dos palabras.
Según una opinión bastante popular, no hay cara hu–
mana que no tenga semejanza con algún animal. El
animal á que se parecía Marcas era el león. Sus ca–
bellos parecían la melena; su nariz era corta, aplas–
tada, ancha
y
hendida por la punta como la del león;
tenia la frente partida como la de este animal, por un
surco pronunciado que la dividía en dos vigorosos ló–
bulos. Finalmente, sus velludos pómulos, que la se–
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uedad de sus mejillas contribuía
á
hacer más salien–
tes, su boca enorme y sus mejillas enjutas, estaban
animadas por un no sé qué de arrogante, y realzadas
por un colorido lleno de tonos amarillentos. Este ros–
tro tan terrible parecía iluminado por dos luces, dos
·ojos negros, pero de una dulzura infinita, serenos,
penetrantes y llenos de pensamientos. Si se me per–
mite la frase, diré que sus ojos estaban humillados.
Marcas temía mirar, más bien que por él, por aque–
llos á quienes dirigía sus fascinadoras miradas; po–
seía un poder y no queda ejercerlo; iba huyendo el
encuentro con los transeuntes y temblaba ante la idea
de que pudiesen fijarse en
él.
Aquello no era modes–
tia, sino resignación; pero no la resignación cristiana