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Z. MARCAS

estado de abogado, adquirí los conocimientos necesa–

rios para un marino. Imito á Justo, abandono

á

Fran–

cia, donde para hacerse plaza se gastan el tiempo

y

la energia necesarios para más altas creaciones. Imi–

tadme, amigos mios, yo voy allí donde puede uno di–

rigir su destino á su antojo.

Estas grandes resoluciones fueron tomadas fría–

mente en la habitación aquella de la posada de la calle

de Corneille, al mismo tiempo que íbamos al baile de

Musard y

á

cortejar con las alegres jóvenes, haciendo

una vida loca· é indolente en apariencia. Nuestras re–

soluciones y nuestras reflexiones fueron maduradas

largo tiempo . Marcas, nuestro vecino, fué en cierto

modo el gufa que nos llevó al borde del precipicio ó

del torrente , el que nos lo hizo medir, y el que nos

mostró de antemano cuál seria nuestro destino si nos

dejábamos caer en él. El fué quien nos puso en guar–

dia contra las prórrogas que concede la miseria y que

sanciona la esperanza, aceptando posiciones precarias

en que se lucha, dejándose llevar por la corriente de

Parfs, ese gran cortesano que os toma

y

os deja con

)a misma facilidad, que consume las mayores volun–

tades con esperas engañosas, y en donde el Infortu–

nio es entretenido por la Suerte.

Nuestro primer encuentro con Marcas nos causó

una especie de deslumbramiento . Cuando volvíamos

de las clases, antes de la hora de cqmer, acostumbrá–

bamos siempre á subir á nuestras habitaciones y per–

manecíamos un momento en ellas esperándonos uno

á otro, para saber si babia alguna variación en nues–

tros planes de la noche. Un día, á las cuatro de la

tarde, Justo vió á Marcas en la escalera ; yo lo encon–

tré cuando estaba ya en la calle. Estábamos entonces

en el mes de noviembre, y Marcas iba sin abrigo;

llevaba unos zapatos de gruesas su.elas , un pantalón

de lona que le llegaba hasta los pies, y una levita azul

cerrada

y

abotonada hasta el cuello, que daba á su

busto cierto aire militar, tanto más cuanto que He-