DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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-Yo, dijo Godofredo continuando después de una
pausa, no tengo nada, pero puedo mucho; le traeré á
usted al médico judío,
y
si su hija tiene cura, se cu–
rará. Ya buscaremos el medio de recompensar á ese
Halpersohn.
-¡Oh! ¡si mi hija se curase, haría un sacrificio que
sólo puedo hacer una vez! exclamó el anciano. ¡Ven–
dería mis últimos recursos! ...
-No tendrá usted necesidad de hacerlo.
-¡Ah! ¡la juventud! ¡la juventud!. .. exclamó
el
anciano meneando la cabeza... Adiós, caballero, ó
mejor dicho, hasta la vista. Ya es la hora de ir
á
la
biblioteca,
y
como he vendido todos mis libros, tengo
que venir aquí todos los días para hacer mis traba–
jos... No olvido las promesas que acaba usted de
hacerme,
y
veremos si me concede usted los favores
que he de pedirle como vecino. Esto es todo lo que
espero de usted.
-Sí, déjeme que sea su vecino, porque no ol–
vide usted que Barbet no es hombre que sufra mu–
cho tiempo la falta de puntualidad en el pago,
y
peor
compañero de miseria que yo podría usted encon–
trar... Ahora le ruego que me crea
y
que me permita
serie útil.
·
-Y (COn qué
interés~
exclamó el anciano, que se
disponía á bajar los escalones del claustro de los Car–
tujos, que era por donde se iba entonces del Luxem–
burgo á la calle del Enfer.
-(No ha hecho usted nunca ningún
fa~or
á nadie
durante el ejercicio de sus
funciones~
El anciano miró á Godofredo con las cejas fruncidas
y
los ojos llenos de recuerdos, ·como el hombre que
compulsa el libro de su vida y que busca en él la
acción á que pudiera deber tan raro agradecimiento,
y
después se volvió fríamente haciéndole un saludo
lleno de duda.
-Vamos, para ser la primera entrevista, no se ha
mostrado tan adusto, se dijo el iniciado.