DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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como fui marido, y con esto está dicho todo. Mi hija
no
se separó nunca de su madre, y jamás niña alguna
vivió más casta y cristianamente que mi hija querida.
Nació robusta y hermosa, y su marido, joven cuyas
costumbres no tenían tacha, pues era hijo de un amigo
mío, de un presidente de audiencia real, no pudo
contribuir en nada á su enfermedad.
Godofredo y el señor Bernard hicieron una pausa
involuntaria mirándose mutuamente.
-Ya sabe usted que el matrimonio cambia á veces'
mucho á las ' jóvenes, repuso el anciano. El primer
embarazo pasó bien y dió por resultado un hijo, mi
nieto, que vive ahora conmigo, y que es el único re–
toño de dos familias que se aliaron. El segundo emba–
razo vino acompañado de síntomas tan extraordina–
rios, que los médicos, asombrados, lo atribuyeron
á la rareza de los fenómenos que se manifiestan á
veces en este estado y que consignan en los fastos de
la ciencia. Mi hija dió á luz un niño muerto, contra–
hecho, torcido y ahogado por movimientos interiores.
La enfermedad empezaba y el embarazo no tenía nada
que ver con ella. {Es usted acaso estudiante de me–
dicina~
Godofredo hizo un gesto que lo mismo podía inter–
pretarse por una negación que por una afirmación.
-Después de este parto terrible y laborioso, repuso
el señor Bernard, un parto, caballero, que produjo
una impresión tan profunda á mi yerno, que fué el
origen de la melancolía que acarreó su muerte, mi
hija, dos ó tres meses después, se quejó de una debi–
lidad general que afectaba particularmente á los pies,
los cuales, según decía ella misma, le parecía que
eran de algodón. Esta atonía se cambió en parálisis;
¡pero qué parálisis, caballero! Los pies de mi hija se
pueden doblar y retorcer sin que ella sienta nada.
Existen los miembros, pero sin apariencia de sangre,
de músculos ni de huesos. Esta afección, que no tiene
semejanza con nada conocido, atacó á los brazos y
á