EL REVERSO
veía llegar á la señora Vauthier. Godofredo, que lo
examinaba atentamente, quedó sorprendido del estado
de delgadez
á
que le habían llevado los pesares, el
hambre ó acaso el trabajo; en aquel rostro, cuya piel
disecada se adhería con ardor á los huesos como si
hubiese estado expuesta
á
los ardientes rayos del sol
de Africa, había huellas de todas estas causas de de–
bilidad. La frente, ancha y de aspecto amenazador,
abrigaba bajo su base dos ojos de un azul acerado,
fríos, de mirada dura, sagaces y perspica<!es como los
de los salvajes, pero apagados por grandes ojeras
llenas de arrugas. La nariz grande, larga y delgada,
y el menton muy levantado, daban á aquel anciano
una gran semejanza con la tan conocida y popular
cara que se atribuye
á
Don Quijote; pero resultaba un
Don Quijote mal encarado, un Don Quijote terrible.
Este anciano, á pesar de su severidad general, de–
jaba ver en él el temor
y
la debilidad que hace adqui–
rir la indigencia
á
todos los degradados. Estos dos
sentimientos parecían agrietar aquella faz construida
tan sólidamente, que el pico desvastador de la mise–
ria parecía embotarse en ella. La boca era elocuente
y
seria. Don Quijote adquiría algunos caracteres del
presidente Montesquieu.
Todo su traje era de paño negro, pero de un paño
sumamente raído. La levita, de corte antiguo, y el
pantalón, mostraban algunos zurcidos hechos con muy
poco arte. Los botones acababan de ser renovados.
La levita, abrochada hasta la barba, no dejaba ver el
color de la camisa,
y
la corbata, de un color rojizo
muy obscuro, escondía la industria de un cuello pos–
tizo. Aquel traje negro, llevado hacía ya muchos años,
olía
á
miseria. Pero el aire de aquel anciano miste–
rioso, su porte, su actitud, el pensamiento que cobi–
jaba su frente
y
que se manifestaba en sus ojos,
excluía la idea de pobreza. El observador hubiera
titubeado mucho antes de clasificar
á
este parisiense.
El señor Bernard parada preocupado de tal modo,