DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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que muy bien podía ser tomado por un profesor del
barrio, por un sabio spmido en tiránicas y profundas
meditaciones, todo lo cual contribuyó á que Godo–
Credo sintiese por él un gran interés y curiosidad, que
estaban aguijoneados por su misión benéfica.
-Caballero, si yo tuviese la seguridad de que busca
usted el silencio y el retiro, le diría que alquilase el
cuarto que está frente al
m.ío,repuso el anciano con–
tinuando. Alquile usted esa habitación, dijo levan–
tando la voz de modo que pudiese oirle la Vauthier,
que pasaba muy cerca escuchando. Señor mío, soy
padre, y no tengo en el mundo más que mi hija y mi
nieto para ayudarme á soportar las miserias de la
vida, y mi hija necesita silencio y absoluta tranquili–
dad... Todos los que han venido hasta ahora para
alquilar esa habitación que usted ha tomaao, atendie–
ron mis razones y el ruego de un padre desesparado;
les era indiferente vivir en tal ó cual calle de un ba–
rrio verdaderamente desierto, y donde las habitacio–
nes baratas y casas de huéspedes á precios módicos
no faltan. Pero veo en usted una voluntad firme y le
suplico que no me engañe, pues de otro modo me
vería obligado á marchar y á irme fuera· de la ba–
rrera. .. En primer lugar, un traslado podría costar la
vida á mi hija, dijo con voz alterada, y además,
~quién
sabe si los médicos, que vienen á verla por amor de
Dios, querrlan pasar las barreras?...
Si aquel hombre hubiese podido llorar, sus meji–
llas se hubieran cubierto de lágrimas mientras decía
estas palabras; pero el llanto se notaba en su voz, y
se cubrió la frente con la mano, que no dejaba ver
más que huesos y músculos.
-Y
~qué
enfermedad tiene su
hija~
le preguntó
Godofredo con aire insinuante y simpático.
-Una enfermedad terrible, á la que los médicos
dan todos los nombres, ó mejor dicho, que no tiene
nombre... Mi fortuna se ha agotado...
Se detuvo un rato para decir lo siguiente, con ese