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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

I

4

C)

que muy bien podía ser tomado por un profesor del

barrio, por un sabio spmido en tiránicas y profundas

meditaciones, todo lo cual contribuyó á que Godo–

Credo sintiese por él un gran interés y curiosidad, que

estaban aguijoneados por su misión benéfica.

-Caballero, si yo tuviese la seguridad de que busca

usted el silencio y el retiro, le diría que alquilase el

cuarto que está frente al

m.ío,

repuso el anciano con–

tinuando. Alquile usted esa habitación, dijo levan–

tando la voz de modo que pudiese oirle la Vauthier,

que pasaba muy cerca escuchando. Señor mío, soy

padre, y no tengo en el mundo más que mi hija y mi

nieto para ayudarme á soportar las miserias de la

vida, y mi hija necesita silencio y absoluta tranquili–

dad... Todos los que han venido hasta ahora para

alquilar esa habitación que usted ha tomaao, atendie–

ron mis razones y el ruego de un padre desesparado;

les era indiferente vivir en tal ó cual calle de un ba–

rrio verdaderamente desierto, y donde las habitacio–

nes baratas y casas de huéspedes á precios módicos

no faltan. Pero veo en usted una voluntad firme y le

suplico que no me engañe, pues de otro modo me

vería obligado á marchar y á irme fuera· de la ba–

rrera. .. En primer lugar, un traslado podría costar la

vida á mi hija, dijo con voz alterada, y además,

~quién

sabe si los médicos, que vienen á verla por amor de

Dios, querrlan pasar las barreras?...

Si aquel hombre hubiese podido llorar, sus meji–

llas se hubieran cubierto de lágrimas mientras decía

estas palabras; pero el llanto se notaba en su voz, y

se cubrió la frente con la mano, que no dejaba ver

más que huesos y músculos.

-Y

~qué

enfermedad tiene su

hija~

le preguntó

Godofredo con aire insinuante y simpático.

-Una enfermedad terrible, á la que los médicos

dan todos los nombres, ó mejor dicho, que no tiene

nombre... Mi fortuna se ha agotado...

Se detuvo un rato para decir lo siguiente, con ese