DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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que para obtener seda, para obtener lo que se llama
simiente. Once fanegas plantadas de moreras en la
llanura de Montrouge
y
tres fanegas en la calle del
Oeste, convertidas más tarde en casas, habían alimen–
tado aquella· fábrica de huevos de gusanos de seda.
En
el
momento en que la viuda explicaba á Godofredo
que el señor Barbet, que prestaba dinero á un ita–
liano llamado Fresconi, empresario de aquella fábrica,
no había podido recuperar su dinero, á pesar de la
hipoteca que tenía sobre las construcciones
y
los te–
rrenos,
has~
después de haber puesto en venta tres
fanegas de tierra que le enseñaba al otro lado de la
calla de Notre-Dame des Champs, un anciano alto
y
seco, cuyos cabéllos eran completamente blancos,
apareció en la calle que da á la plazoleta de la calle
del Oeste.
-¡Ohl ¡llega á tiempo! exclamó la Vauthier, mire
usted, aquel es su vecino, el señor Bernard... Señor
Bernard, le dijo tan pronto como el anciano estuvo
á una distancia que pudiese oírle, aquí tiene usted el
señor que viene á alquilar la
habit~n
que está en–
frente de la suya...
El señor Bernard miró á Godofredo de un modo
que era fácil ver que significaba:
-Ha llegado al fin la
desg~cia
que me temía.
-Caballero, {piensa usted vivir aquí? le preguntó
en voz alta.
-Si, señor, respondió modestamente Godofredo,
,No es asilo este para albergar á la gente feliz, y esto
es lo menos caro que encontré en todo el barrio. La
señora Vauthier no tiene la pretensión de albergar
aqui millonarios ... Adiós, buena señora Vauthier,
disponga usted todo de manera que pueda instalarme
esta tarde á las seis, pues vendré
á
esa hora en punto.
Y Godofredo se dirigió hacia la plazoleta de la calle
del Oeste, andando con lentitud, pues la ansiedad
pintada en la fisonomía del gran anciano le hizo
creer que no iban á tardar enr tener una explicación.
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