DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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que constituyó á la Europa de la edad media, descansa
en sentimientos que, desde
1792,
no existen en Fran–
cia, donde el individuo impera sobre el Estado . La
asociación exige en primer lugar una especie de abne–
gación de que no se tiene idea hoy, una fe cándida
contraria al espíritu de la nación, y, por fin, una dis–
ciplina contra la que todo conspira,
y
que únicamente
la religión católica puede obtener. Tan pronto como
se forma una asociación en nuestro país, cada miem–
bro, aunque comprenda que brillan en ella los más
hermosos sentimientos, piensa únicamente en apro–
vecharse
de
aquella abnegación colectiva, de aquella
reunión de fuerzas, y se ingenia para ordeñar en
provecho propia la vaca común, que, no pudiendo
bastar para satisfacer tanta astucia individual, muere
tísica.
Imposible es calcular la infinidad de sentimientos
generosos que han sido ahogados, de gérmenes ar–
dientes que han perecido, de resortes que han sido
anulados
y
perdidos para el pais por las infames
decepciones de la
carbonería
(
francesa, por las
inscripciones patrióticas del Cham¡. de'Asile y otros
engaños políticos que debían ser grandes y nobles
dramas, y que no fueron más que sainetes de policía
correccional. No sólo existieron asociaciones políticas,
sino que las hubo también in&ástriales. El amor indi–
vidual quedó substituido por el amor al cuerpo colec–
tivo . Las corporaciones y los gremios de la edad
media, á los que se volverá indudablemente, son im–
posibles aun;
la~
únicas SociEDADES que subsisten
son las de las instituciones religiosas,
á
las que se
hace la más ruda guerra en este momento ,
á
causa
de la tendencia natural de los enfermos á atacar los
remedios y
á
-yeces hasta á los médicos. Francia ig..
nora lo que es la abnegación,
y
por eso ninguna aso-
( r)
Sociedad secreta que existió bajo la Restauración.
(N.
del T.)