DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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rribles son las de la gente decente, la de las clases
elevadas de la burguesía que han caído en la indigen–
cia y que procuran ocultarla cuiqadosamente. Estas
desgracias, mi querido Godofredo, son objeto de una
solicitud particular. En efecto; las personas socorridas
tienen inteligencia y corazón, nos devuelven con lar–
gueza las sumas que les hemos prestado, y estas res–
tituciones cubren las pérdidas .que nos ocasionan los
enfermos, los bribones y aquellos
a
quien~s
la des–
gracia ha vuelto estúpidos. Muchas veces obtenemos
informes por medio de aquellos mismos á quienes
socorremos~
pero ha llegado á ser tan vasta nuestra
obra y se multiplican de tal modo sus incidentes, que
ya no nos bastamos. Hace ya siete ú ocho meses
que cada uno de
nosotro~
tiene un médico en cada
distrito de Pads. Cada uno de nosotros está encar–
gado de cuatro distritos. Les damos un sueldo de
tres mil francos anuales á cada médico para que se
ocupe de nuestros pobres. Debe atenderles con prefe–
rencia á todo, aunque no le impedimos que se ocupe
de otros enfermos. ¿Querrá usted' Greer que en ocho
meses no pudimos encontrar doce hombres que tanto
necesitábamos, á pesar de los recursos qué nos ofre–
cían nuestros amigos y nuestros propios conocidos?
¿No necesitábamos personas de una discreción abso–
luta, de costumbres puras, d'e probada ciencia, acti–
vas
y
aficionadas á practicar el bien? Aunque haya en
París diez mil individuos más ó menos aptos para
servirnos, esos doce elegidos no se encuentran en un
año.
-A nuestro Salvador le costó trabajo reunir sus
doce apóstoles,
y
aun se había metido entre ellos un
traidor y un incrédulo, dijo Godofredo.
-En fin, hace quince días que nuestros distritos
están provistos de un visitador, que es el nombre que
damos á nuestros médicos, dijo el buen anciano son–
riéndose; esa es la causa de que el trabajo haya au–
mentado muchísimo. Pero no importa, pues también