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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

I

3

1

con intención de que el buen hombre le instruyese

respecto á la clase de sacerdocio que aquellas especies

· de hermanos de Dios ejercían en París. Las alusiones

hechas ya en la época de las pruebas, le pronostica–

ban y le hacían esperar una iniciación. Su curiosi–

dad no estaba satisfecha con lo que el venerable an–

ciano le había dicho sobre los motivos de su abr1egación

á la obra de la señora de la Chanterie, y deseaba saber

algo más.

Por tercera vez Godofredo se encontró ante el cui–

tado señor Alain á las diez y media de la noche, en

el momento en que el anciano iba á empezar la lec–

tura de la

Imitación.

Esta vez, el amable iniciador no

pudo contener una sonrisa al ver al joven, y le dijo

antes de que él abriese la boca:

-Amigo mío, (por qué se dirige usted á mí en

lugar de dirigirse á la señora} Yo soy el más igno–

rante, el menos instruído y el más imperfecto de la

casa. Hace ya tres días que la señora y mis amigos

leen en su corazón de usted,

aña~

con cierta ma–

licia.

-Y (qUé han leído? preguntó Godofredo.

-¡Ahl respondió francamente Alain, han adivinado

en usted un deseo de pertenecer á nuestro pequeño

rebaño. Pero ese deseo no se ha convertido aún en

ardiente vocación. Sí, repuso vivamente ante un gesto

de Godofredo. Tiene usted más curiosidad que fervor.

En una palabra, que aun no está usted libre de la in–

fluencia de las antiguas ideas, y entreve usted un no

sé qué de aventurero y novelesco en los incidentes de

nuestra vida ...

Godofredo no pudo menos de ruborizarse.

-Ve usted en nuestras ocupaciones una semejanza

con las de los califas de las

Mil y una noches,

y de

antemano experimenta usted una especie de satisfac–

ción desempeñando el papel de buen genio en las no–

velas de caridad que usted se complace en inventar...

Vamos, hijo mío, la confusión de usted me prueba