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EL MARQUÉS DE VILLAGARCÍA.
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hicieron rogativas públicás. Dn terremoto, que
asoló el pueblo de Toro,, en la provincia de Chun.–
vivik~as,
fué ·atribuido al celestial castigo de la ar-
raigada idolatría.
_
El,Santo Oficio impedia, junto con la invasion
de la incredulidad creciente en Europa, la propa–
gacion de los conocimientos_ físicos. Todavía en 1737
se dió el escándalo, felizmente por última vez, de
sacrificar víctimas humanas
á
la pureza de la fe.
En Lima fué quemada viva madama Castro,
y
en
estatua su director el jesuita Velasco, acusados de _
judaizantes. Lo más triste es, que, .segun los datos
más aceptables, aquella infeliz se cuidaba poco de
la ley de ,Moisés,
y
en su condenacion influyó, no
el celo por la religion, sino un despique amoroso.
La Inquisicion, combatida
ya
con éxito por la to–
lerancia del siglo, se estaba desacreditando en el
Perú con los excesos de sus ministros. Un visitador
íntegro
y
celoso condenó
á
prision
y
embargo de
bienes
á
los inquisidores, inculpados de rnalversa–
cion;
y
aunque,
~uertes
con su prestigio
y
relacio–
nes, se volvieron contra el juez
y
no se sometieron
al castigo; la destemplanza de s'us quejas les hizo
perder en la opinion 'tanto, como habrian perdido
confesando y expiando humildemente el delito.
En las relaciones generales con el clero, si bien
abundaban los motivos para las 'colisiones, no ocur–
rieron controversias graves. El Virey, siempre
amante de la cortciliacion
y
de las medidas suaves,