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EL
MARQUÉS
DE CASTEL-FUERTE.
reinaba la relajacien; solian aban:donarse
á
to:da
suerte de excesoS', s:i:endo, segun el lenguaje de Pe–
ralta, médicos contagiados por los enfermos
y
pas'·
tores, que participaban del daño de su grey,
olvi...:.
dados de los preceptos por enseñar los misterios.
El
Monarca, que quería contener el escándalo, orden0
al Virey que procurára inducir á los 0bispos
y
pre-
. lados regulares
á
la correccion de sus subordina–
dos. El Marqués dió -µna circulará los corregidores,
á
fin de que en secreto,
y
sin ninguna sumaria, le
avisáran de los excesos públicos, para tra.smitir sus
avisos
á
las autoridades eclesiásticas , encargadas de
reprimirlos. El Obispo de la .Paz recibió estas ad–
vertencias con estim.acion y
reconoci~iento.
El de
Trujillo clamó al santuario invadido por los profa–
nos
y
trató con aspereza al jefe del vireinato. Lo
peor era, que los curas, no . corregidos por nadie,
continuaron en sus indignas granjerías, amance–
bamientos
y
olvido de su ministerio. En Lima mis–
mo permanecian muchos
á
vista ·del Arzobispo, tro–
cando el cuidado de las doctrinas por las delicias
de la capital.
El Obispo de Guamanga, que en todo queria sal–
iar
la valla
d~l
patronato. descuidando su rebaño,
bajó á Lima por sostener
á
dos curas complicados
en un motín de Andahuailas, aunque se le hicieron
repetidas intimaciones para que se volviese
d~l
ca–
mino. Recibido con fria cortesía, no habiendo lo–
g rado impedir , que sus pi:otegidos
~mfriesen
la de-