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EL PRÍNCIPE DE SANTO BONO.
los cadáveres. El influjo deletéreo se acrecentó al
atestarse las calles de ropas y restos pertenecientes
á
los epidemiados,
y
sobre todo despues que, re–
pletos los cementerios, se enterró casi
á
flor de tier–
na,
cerca de las iglesias
y
en las afueras de
la
ciu–
dad,
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por falta de allegados permanecieron por al–
gunos días insepultos los
c~dáveres.
Los perros se
cebaron en ellos,
y
fué necesario ahuyentarlos
á
tiros. El cura de la catedral, viendo, el 8 de Se–
tiembre, una mano, qµe, sin duda por estar mal
cubierta, salia de una sepultura, exclamó:
«
Aque–
lla mano me llama »,
y
murió de susto el dia 15. La
mortandad se había elevado
á
100 personas por
dia, y el 10 de Agosto habia llegado
á
700. La
desolacion era mayor en las doctrinas, adonde, por
falta de recursos, prácticas mortíferas
y
abandono
higiénico, desaparecían las casas y los linajes. Que–
daron sin operarios los minerales y las haciendas,
abandonados los ganados,
y
sin recoger las mieses.
o es posible determinar, ni áUJ:?. aproximadamen
_¡
te, el.número de muertos, que se hacia variar des–
de 20.000
á
80.000. La dolencia se caracterizab·
á
veces de tabardillo, otras de humor col rico ,
más
á
menudo desconcertaba el juicio de los médi–
cos. Los síntomas má comunes fueron fiebre inten–
sa, fuerte dolores de cabeza
y
vientre, delirio,
sangre negra por la nariz, y vómitos mortales de
san re. Las mujeres en cinta morian casi todas, y
alguno , aliviados de la fiebre, sucuml ian " la di-