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EL .ARZOBISPO DE LIMA.
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de siete reales, cuando el de los forzados valía la
mitad; y, . en fin, que su suerte sería más lamenta–
ble, que la de los mitayos. Obligados
á
entregarse á
los mineros, que les suplian algun dinero, les q;ue–
daban tan sujetos, ·que, segun un dicho comun,
estaban comprados por su acreedor, sufriendo así
por el empeño una perpétua servidumbre. Conve–
nía, por lo
tan~o,
en su opinion, conservar la mita,
que se elevó
á
450 plazas efectivas, prohibiendo el
trabajo por tareas y toda especie de vejaciones.
Construyóse ·una cárcel para que, segun la volun–
tad régia, tomasen parte en aquellas labores los
condenados
á
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trabajos forzados. En cuanto al ,pre–
cio de los azogues, no se hizo innovacion, porque
lo's mineros se
mos~raron
resueltos á abandonar la
explotacion, ántes que vender el quintal al de 40
· pesos, que no les costeaba. La hacienda recibió, sin
.embargo, algun alivio, porque se moderaron los
gastos generales de reparacion, los que siempre re–
caían sobre ella. Se calculó, que el beneficio medio
debia reducirse al.año á 3.500 quintales, extrayén–
dose 70.000 cargas de metal, á razon de 1.300 car- ·
gas por semana ' entrando al trabajo 80 piqueros de
dia y otros tantos de
n~che.
Mas estos cálculos, y
las précauciones, que para ponerlos en práctica se
tomaron, debian salir mal, como salen los de toda
la administracion pública, en cuya malversacion se
empeñan poderosos intereses particulares, cuya
r~s
ponsabilidad es ilusoria.