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·EL ARaOBISPO DE LIMA.

Ántes que tan grave noticia llegára

á

Lima, .se

había hecho cargo del vireinato el enérgico Mar–

qués de Castel-Fuerte. El Arzobispo no había podi–

do distraerse de tan penosas atenciones sino por las

fiestas espléndidas con que

fué

celebrado en ese

año el himeneo del Príncipe heredero. Las mismas

per~onas,

que, por respeto

á

su carácter sagrado,

debieran considerarle

y

servirle de consuelo, acre–

centaban sus amarguras. Un cura de la provincia

de Asangaro di6 muerte al corregidor de la pro–

vincia, su

ante~ior

amigo, que habiendo sido ex–

comulgado por él, despues de algunas rencillas ,

había ido

á

su casa á pedirle, que le alzára la cen–

sura. Las apacibles monjas de la Encarnacion,

exaltadas por la eleccion de su abadesa, preparaban

al acongojado prelado pequeños disgustos, que, por

su continuidad, debían llevarle á la tumba.

A fines de.este gobierno, exasperados los arau-

, canos con las tropelías de algunos capitanes de in–

dios amigos, dieron la muerte

á

uno de ellos,

y

pa–

sando la mano del muerto de familia en familia,

como la flecha de guerra, hicieron terribles incur–

siones en las doctrinas de la frontera.