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LA AUDIENCIA.

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glaterra, ya con un pié en la América

Meri~ional,

por la conquista de la Irinidad, que le

fué

recono-

cida en el tratado de

A~iens.

'

Sin embargo de hallarse tan mal parada la. Es–

paña, pensó el Ministerio r animar el comercio

coloni:l y mejorar las rentas, haciendo algunas

concesiones

y

reformas, que la corta duracion

.de la paz no permitió llevar

á

cabo. Las autori–

dades del vireinato iban conociendo, que los ma–

les de su gobierno no eran susceptibles de cura–

.cion radical

y

sólo admitian ligeros paliativos. Con

todo, áun no habían concebido serios recelos por

la prolongacion de su imperio. El inexperto nave–

gante puede abandonarse

á

una peligrosa seguri–

.dad. cuando reina una de esas calmas precursoras

de grandes tormentas en los mares intertropicales.

Así podian soñarse dias apacibles en la víspera del

más formidable alzamiento

,

que la política impre–

visora estaba léjos de recelar, viendo adormecidas

las masas con la indolencia propia de la servidum..

bre secular. El indio se resignaba

á

cumplir

6

pa–

.gar cara sn mita, satisfacer el riguroso tributo

y

llevar las onerosas cargas que le imponían el cura,

el sul delegado

y

cualquier poderoso s·n escrúpu–

los; todo lo olvidaba, exacciones

y

malos trata–

mientos, como pudiera divertirse en los .toros, per–

.der la razon con la-, chicha

6

saborear el quita-pesa–

res de la coca. El negro era más olvidadizo de sus

pesadas cadenas entre los ' placeres turbulentos, las