LA AUDIENCIA.
269
glaterra, ya con un pié en la América
Meri~ional,
por la conquista de la Irinidad, que le
fué
recono-
cida en el tratado de
A~iens.
'
Sin embargo de hallarse tan mal parada la. Es–
paña, pensó el Ministerio r animar el comercio
coloni:l y mejorar las rentas, haciendo algunas
concesiones
y
reformas, que la corta duracion
.de la paz no permitió llevar
á
cabo. Las autori–
dades del vireinato iban conociendo, que los ma–
les de su gobierno no eran susceptibles de cura–
.cion radical
y
sólo admitian ligeros paliativos. Con
todo, áun no habían concebido serios recelos por
la prolongacion de su imperio. El inexperto nave–
gante puede abandonarse
á
una peligrosa seguri–
.dad. cuando reina una de esas calmas precursoras
de grandes tormentas en los mares intertropicales.
Así podian soñarse dias apacibles en la víspera del
más formidable alzamiento
,
que la política impre–
visora estaba léjos de recelar, viendo adormecidas
las masas con la indolencia propia de la servidum..
bre secular. El indio se resignaba
á
cumplir
6
pa–
.gar cara sn mita, satisfacer el riguroso tributo
y
llevar las onerosas cargas que le imponían el cura,
el sul delegado
y
cualquier poderoso s·n escrúpu–
los; todo lo olvidaba, exacciones
y
malos trata–
mientos, como pudiera divertirse en los .toros, per–
.der la razon con la-, chicha
6
saborear el quita-pesa–
res de la coca. El negro era más olvidadizo de sus
pesadas cadenas entre los ' placeres turbulentos, las