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D. MANUEL AMAT Y JUNIENT.

125 ·

\

.

Rey merced de veinte y dos hábitos

á

la nobleza,

y

de algunas medallas de e>ro con su efigie á

~tros

jefes beneméritos. Se dieron algunos ascensos,

y

siendo agraciado el Virey con la cruz de San Ge–

naro, se hizo un lucidísimo paseo con

gen~ral

en–

tusiasmo.

Los negocios de la guerra, tan abandon'ados

y

desgoncertados ántes, necesitaban la

~tencion

má:s

~ostenida,

y

el órden más sistemado. Con la venida

de buques extranjeros al Pacífico, como comercian–

tes

ó

en escuadras enemigas,

y

con los sabios in–

formes de comisionados

ó

viajeros,, se habia descor–

rido ya el velo, que ocultaba la parte vulnerable del

vireinato á propios

y

extraños; al mismo tiempo

que, mejor conocidos sus inapreciables recurs0s,

tentaba más la codicia de las potencias marítimas,

ávidas de enriquecerse con buenas colonias en el

Pacífico. El pobre establecimiento, que los ingleses

acababan de fundar en ,las islas Malvinas, podia

considerarse como la base de vasiísimos proyectos,

que se revelaban tambien en sus viajes de explora–

cion por las isla del gran Océano. En cuanto

á

la

seguridad interio.r, ya no podia esperarse todo del

poder de las creencias. El Paraguay y Cochabamba

habian mostrado

á

las claras la fuerte decision de

)

los colonos para

re~ istir

odiosas vejaciones. En

Oruro, Lima v ha ta entre los salvajes, el fantas–

ma de los antiguos soberanos, babia excitado gra–

vísimas alarmas

6

muy

peligrosos alzamientos. La