D. MANUEL AMAT Y JUNIENT.
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Rey merced de veinte y dos hábitos
á
la nobleza,
y
de algunas medallas de e>ro con su efigie á
~tros
jefes beneméritos. Se dieron algunos ascensos,
y
siendo agraciado el Virey con la cruz de San Ge–
naro, se hizo un lucidísimo paseo con
gen~ral
en–
tusiasmo.
Los negocios de la guerra, tan abandon'ados
y
desgoncertados ántes, necesitaban la
~tencion
má:s
~ostenida,
y
el órden más sistemado. Con la venida
de buques extranjeros al Pacífico, como comercian–
tes
ó
en escuadras enemigas,
y
con los sabios in–
formes de comisionados
ó
viajeros,, se habia descor–
rido ya el velo, que ocultaba la parte vulnerable del
vireinato á propios
y
extraños; al mismo tiempo
que, mejor conocidos sus inapreciables recurs0s,
tentaba más la codicia de las potencias marítimas,
ávidas de enriquecerse con buenas colonias en el
Pacífico. El pobre establecimiento, que los ingleses
acababan de fundar en ,las islas Malvinas, podia
considerarse como la base de vasiísimos proyectos,
que se revelaban tambien en sus viajes de explora–
cion por las isla del gran Océano. En cuanto
á
la
seguridad interio.r, ya no podia esperarse todo del
poder de las creencias. El Paraguay y Cochabamba
habian mostrado
á
las claras la fuerte decision de
)
los colonos para
re~ istir
odiosas vejaciones. En
Oruro, Lima v ha ta entre los salvajes, el fantas–
ma de los antiguos soberanos, babia excitado gra–
vísimas alarmas
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muy
peligrosos alzamientos. La