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EL CONDE DE SUPERUNDA.

tima órden. Pero la refo!ma de mayor trascenden–

cia, que un siglo ántes sólo se habría intentado con

gran recelo

y

probablemente sin éxito, fué la secula–

rizacion de las doctrinas, llevada

á

cabo, no sin con–

.tradiccion, pero sin mayores dificultades. Las ór–

denes religiosas sólo debían conservar dos curatos

~n

cada provincia,

y

los clérigos entrarían en po–

sesion de los demas

á

medida, que vacasen. Con esa

-0.isposicion, acordada en la real cédula de 1.

º

de Fe–

brero de 1753, se cortaban en su orígen muchas vo-

caciones bastardas, manantial inagotable de escán–

dalos ; los pueblos serian mejor aten,didos por sus

párrocos;

y

ganarían mucho

l~

religion

y

el espí–

ritu público, por la union más íntima entre ovejas

y

pastores.

La entrega de los curatos al clero secular no po–

día producir inmediatamente sus buenos efectos;

porque las vacantes debían aumentar gradual-

'

mente;

y

siendo poco numerosos

y

no suficiente-

mente doctrinados los clérigos" necesitaban auxi–

liarse -de los frailes

y

participaban de sus e:x,cesos.

En Potosí fué indispensable reducir las parroquias

de catorce

á

siete, para que no se exigiese tanto de

los mitayos. Dos curas de la provincia de Tarma,

y

otro de Chancay se arrogaban las atribuciones de

un poder absoluto en

8US

curatos,

y

daban públi–

camente de palos

á

las autoridades civiles, que pro–

curaban hacer valer los derechos del Gobierno; sus

escandalosos desmanes quedaron impunes por el