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EL CONDE DE SUPE'RUND.A.

amos bondadosos, no ·solian ser de,mejores costum–

bres,

y

por lo comun se contagiaban de la ingra–

. titud, arraigada en su raza por las injusticias se–

culares

y

por la falta de cultura.

Aunque la suerte de los indígenas en el centro de

las autoridades superiores fuese ménos desgracia–

da, que la de sus hermanos oprimidos , sin

ampa.ro,

en las provincias á todas horas

y

de todos modos;

la atmósfera más libre, que respiraban en Lima, les

hacia más sensibies á las penas de la servidumbre.

Su ódio _á la opresion extranjera se acrecentaba con

los gratos recuerdos del imperio

nac~onal ~

que venia

periódicamente

á

avivarse con la representacion de

los Incas en las mayores fiestas de la religion

6

de1

gobierno. Alguna vez se vió derramar abundantes.

lágrimas á -1,os que en las comparsas hacían el pa–

pel de los antiguos soberanos; 19 que se creia efecto·

de un enternecimiento, era la ex-presion inconteni–

ble del resentimiento más

profu~do.

No pudiendo·

ya sufrir más,

y

olvidados los severos escarmientos

del siglo anterior, se concertaron en '.1748 para un

alzamiento. Sus planes iban avanzando en las veci–

nas provincias de Canta

y

Huarochiri; pensaban

ponerse en re!acion con Juan Santos

y

atraer

á

los

negros

y

á

otras razas oprimidas ; el ataque á pala–

cio estaba delineado con las convenientes precau–

ciones militares. La conjuracion , revelada en el se–

creto de la confesion, fué puesta en conocimientc>

d el Virey, quien la vió cÓnfirmada por otras