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tica, negará que hubo confesiones públicas, en la primera edad

del cristianismo1 La acta apostólica lo dice: (.)

0

Much1,s, .

que creyeron, venian y confesaban sus hechos." Perfl sufran,

que les diga, que ese sistema relijioso, sabia muy bien el tes–

tigo de todos los tiempos, que si era posible en Ja fervien•

te caridad, entre plantas tobustas como, nacidas en •Suelo vir–

jen, v con toda la humedad del riego de la sangre del:. Sal–

vador, cnn la languides de los años y la distanciá, hubiera en–

teramente desaparecido. El maldito refinamentó de placeres,

]as intrigas políticas, los proyectos injustós de engrandecimien–

to, son obstáculos sostenidos por la verguenza

y

por .el temor

de consecuencias posteriores muy graves. .El celo de un juez,

la venganza de un marido, el temor de un proceso, la des–

confianza del principe,

pondria~

candado fuerte en los la.

bios del mas arrepentido.

Es un engaño, sostenido por la ignorancia,

ó

por Ja nias

pérfida malicia, querer persuadirnos, que en la antigua Igle–

sia, l•>s penitentes, . sin otra consulta, que su sincero

arrepen~

timiento, se ihan. al templo

y

confesaban alli toda ,clase de

crímenes, y tor ezas. Repito,

qu~

es un eng ño: los padres

antignos nos d

1¡á

1

e r eba-Precedia siempre la confesion

pri vada á la p 'ibl1ca. ESta sol<>

tenia efecto, cuando lo de.

termiliaba el conf. sor-, • lo juzgaba conveniente-lo mas co•

mun era el secreto.

abia pecados publicos, que pública–

mente debian er confesatlos; re ·titucir)nes de honor á que es–

taba obligado cJ calumniante¡ tal fue la imp(l)stura contn el

Obispo Narciso-las saorilegas seducciones de Marco,

U sANDO

de los casos, que presenta S. Basilio [,]

¡,co–

mo la muJ°er adu ltera, cuyo e rímen ignora el marido

y

la so·

ciodad, confesarla su fl aqueza? iComo el asesino desconocido

á los agraviados

y

á

la majistratura1 comenzaria la cabeza de

su proceso, presentando ante el pueblo sus manos mancha–

das en

san~re1

En estos perados gravísim0s,

á

los delincuen–

tes se les mantenia en secreta penitencia, deteniendoles la co–

munion. "Tales son las nociones, dice Richmond, que debe–

mos formarnos de la confosion pública; si no queremos atri·

buir

á

la primitiva iglesia una disciplina indigna de ella. »

EsE gran padre Orígenes,

a

quien anteriormente he cita–

do con entusiasmo justo. continuando su dor trina di ce: "Ese con-

----------·

--~

...

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[.] 19 18.

(,) 2

cp. ad Ampliil, Can.

'34.