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to e reconocer la parte correspondiente a la poblacion o a
la estensi on del territorio.
Por lo que hace
a
su valor actual, está mui léjos de ser
el nominal: sin cotizacion alguna, seria largueza aceptar–
la por roas de un vein te a veinte i cinco por ciento.
Sea que se decida consider ar la deuda de ambos estados
por su valor nominal o p0r su valor de plaza, jamas podría–
mas reconocer de un modo absoluto
la.
parte de deuda co–
rrespondiente: su
pago
deberia quedar subordinado a las
rentas libres del territorio ocupado, despues de pagado el
servicio público en él, el ostenimiento de las tropas nece·
sarias para su custodia, i
la
parte que anualmente debiei·a
aplicarse
al
pago de la indemnizacion de guerra.
No es necesario que manifestemos mas latamente la gra–
vedad e impor tancia de la cuestion de que nos ocupamos;
i
son evidentes las dificultades que ofrece su práctica solu–
c10n.
Notaremos sin embargo que e e reconocimiento va a ha–
cer copropietario de los productos del territorio ocupado a
los acreedores del Perú i Boli,·ia, en la parte de sus crédi–
tos que reconociésemos . Entónces seria por demas absurdo
que comprorneti é. emos, sea la vida, sea el desarrollo de las
industrias similares que son de nue tra esclusiva propiedad.
I hacemos esta obse1·vacion porque el informe de cuyo es–
tudio nos ocupamo , condena a muerte, i con lij ero cora–
zon, justamente esas indu trias de nuestra propiedad i de
nuestra creacion e. c]
u~iva
, persiguiendo una fantástica
igualdad. I a pe ar que recouoce que el réjimen que propo–
ne traerá Ja mnerte de e tas indu tria ,
e e cusa atribu-
éndola a <da lci ineludible que rije la produccion i el con–
sumo de la ri queza
.»
E incurriendo en una contradicciun
Cflle asombra, afirma que «el impue to que prnpone a nadie
hiere ni a nadie mata. )) :Ma
adelante manife taremos el