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Hallábanse situadas las cá1;celes de
la
Inquisicion de Lima en el :mÍ3mo
sitio que hoi ocupan bajo
la
denominacion de
Oarceletas,
en la plaza de aquel
mismo nombre, frente a la estátua del libertador Bolivar. El
quemadero
yacia
en frente, pero Rimac de por medio, y en la mitad del trayecto de un sitio
al otro, que por la circumvalacion podia medir una media legua, encontrábase,
a la subida del puente y en el mismo lugar que todavía la. sustenta,
la
iglesia
de los
IJesamparados,
porque
alli
el brazo de los inquisidores desamparaba
sus víctimas, haciendo 1& ficcion legal, es decir, hipócrita, de entregarlas al
brazo secular para que éste, y no el suyo, que las h:1bia condenado,
las
con–
dujese a las·llamas.
Eran
las
sombrías bóvedas del Santo Oficio, en !IDa de cuyas celdas habita–
ba M:oyen, un páramo de ladrillo, especie de cementerio, en que los reos se
hallaban como sepultados en vida, sin luz, sin aire, transidos de humedad,
cubiertos de insectos inmundos. De aquf, como del potro, del látigo, de
la..
rueda, de los braseros candentes, de los tornillos de mano y de todos los
diabólicos suplicios que comprendia la
sala del tormento
(1)
venia la frecuen-
(1) El viajero ingles,
Mr.
Stevenson, ya citado, que presenció, segun dijimos, el saqueo
de la Inquisicion el 3 de setiembre de 1813, a cuyo edificio había logrado acceso aqnel
dia con un p ermiso del virei .A.baseal, obtenido para él por la señora doña Gregoria
Gainza, esposa del conocido jeneral de este nombre, refiere curiosos pormenores de
aquel acto de indignacion popular,
y
a la verdad que horroriza la lectura de lo que
aquel hombre (que declara su intencion de desvanecer las exajeraciones que se decilln
de la
Inqui~icion)
cuenta de aquella visita. En la
sala
del
tormento
se encontraba todavía
el potro con sus ruedas
y
correas para estirar las coyunturas de los penitenciados,
y
segnn Stevenson, era una mesa de ocho piés de largo y siete de ancho; existía tambien el
pilori
o escavacion vertical en la pared, en que el paciente era introducido para ser azo–
tado, teniendo todas las partes menos salientes de la parte posterior del cuerpo embutí·
das, se puede
de~,
en el muro. E.n cuanto a los utensilios menores, los
collaret~
de fierro,
las
canillqs de difuntos
ttaadas
para mo1·dazas,
las
disciplinas
cubiertas todavía de cuaja·
rones de sangre, los
tornillos
para comprimir los dedos
y
los que ténian la forma de una
media luna, las
co1'ozas
o bonetes de afrenta, los
sambenitos
o túnicas pintadas de diablos
y reptiles, todo se encontraba alli como en un horrible museo.
De los autos ya citados que encontramos en 1860 en Lima relativos al inventario de
los
útiles
que pertenecían al Santo Oficio y de los que se hizo entrega en 1814
1
a conse
cuencia de la abolicion del decreto de las corte¡¡ que lo habia suprimido, resulta que
entre los objetos saqueados en setiembre de 1813 y que no se restituyeron, apesar de la
excomunion miLyor fulminada por el arzobispo Las Heras, faltaron los siguientes:
cinco
pares de
GRlLLOS,
4o&
pares
de
BB.AG'AS,
un
POTRO
apolillado
de madera, once
ASPAS
y
JLEDIAB ASPAS,
diez
'!/ Seis
OOROZAS,
tres pare3 de
MORDAZAS,
diez
'!/
3eis
velas de cera verde
y
t1·einta
y
cuat1·o
CAJONES PARA EllBARCA.R PLATA.••••
La lujosa urna que serVia para ence_
rrar las sentencias en los autos solemnes de fé no pareció nunca, y solo 'pUdo recuperarse
una de las abrazaderas de plata que la adernaban. Faltaron tambien del archivo algunos
libros, como las
Leyes
de
Indias,
la
Política
de
Bovadilla,
etc. Stevenson dice que él se
llevó a su casa quince espedientes de procesos de poca importancia, y añade que dos
de éstos tenian por auto cabeza de proceso
la
delacion de los propios coofesores de los
acusados..•..
Téngase presente que
esta
espantosa nomenclatura era de los objetos que
jaltahan