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qn. pide que tenga conocimto. para executar lo que le manda.

Las mujl!1"e8

que tienen el Corazon

do~l

y

se mortifican, le persuaden

di~endoles,

atiendan

ser Creaturas de JJios.

Esta razon es mui poderosa porque tambicn

JJioa

siente injuria en que se abuse de sus Creaturas.

Licito es matar

á.

los auima–

ales para comerlos; porque

ess~

es su fin y se pone en uso. Licito tambien

es matarlos. andando a caza porque tambien en esto verifican su fin qual es

la

diversion.

"Pero el que quisiere consumir una especie por odio a ella no baria nada

licito porque es abuso de las obras de la Creacion, y del mismo modo que se

ven\'lice a Dios en las obras apreciandolai, tambien se le injuria a.borrecien–

dolas. Tenemos derecho para matar los auimales y usarlos pero quien tubiese

el Co:-azon tu sensible al derramamiento de sangre de los animales que

sintiesse un movimto. extraordiriario de repugnancia obrará licitamente

excusándose.

Tengo pm·

~erto

que la mayor pa-rte

de

las J.fujeres austres

de

esta Ciudad no solo no mataran una

mre

sino que quando ordenaren

a

un

Criado que las mate bolberan los ojos.para

no

ver la operacion,

y

ninguna

es

sospechosa de error."

N

o podrá negarse que en esta parte el mérito de

la

defeDIA corría pareja

con el del cargo!

~

N

o abrimos, sin embargo, dictámen sobre las

proposi~ones

de Moyen, por

absurdas, por

pueril~,

por increíbles que parezcan las mas de ellas; y la

razon de nuestra reticencia está en que, bajo ningun concepto ni pretesto,

consentiremos, por nuestra parte, en hacer de

la

presente polémica, pura–

mente

histórica

y

de actualidad

(segun en el prefacio lo dijimos,) una

cues–

tion dogmática.

Siempre hemos tenido por vedado ese terreno, en cuyos

mudos y solemries espacios es solo soberana la conciencia humana, con sus

sublimes · atributos de libre albedrío

y

de fé indestructible, junto con la

tolerancia cristiana, que es el equilibrio eterno que mantiene a aquellos

suspendidos sobre el universo moral, impidiendo que su exuberancia se des–

borde en el fanatismo perverso o que se esterilicen y agosten en la incre–

dulidad triste y funesta.

Pero para dar satisfaccion a nuestra propia y humilde conciencia sobre

la

gtavedad de

las

culpas o de los errores de Moyen, sostenidos por su entera,

imperturbable, heroica buena fé delante de la , tortura y en pre¡¡encia de la

hoguera, haremos solo una invocacion a

la

conciencia del ilustrado paneji–

rista

de los jueces que condenaron a Moyen, y le preguntariamos, en su

carácter de apóstol de conciencias, que es natural desempeñe en medio de

nuestra sociedad, cuál castigo o penitencia daría hoi

al

hombre que, victima

involuntaria de la duda, fuese a arrodillarse a sus pies para decirle que no

creía en el poder temporal del papa (uno. de los

car~os

mas graves hechos a