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Pero no p!lraba en e.>to la continua e implacable acechanza del voluntario
de la Inquisicion. En cierta noche oscura ún arriero maltrataba con brutalidad
una mulá. que se ha.bia caido en el camino, agobiada talvez por el peso de su
carga, y M:oyen, que indudablemente tenia un corazon bien puesto, reprochó
al jayan su dureza, diciéndole ¿qué cómo se atrevía a maltratar así
una crict–
tura de JJÍos7
Blasfemia, herejia,
proposicion,
en fin, fué esta que remató el
proceso de Moyen, acusado por eito de
pitagórico
y otros absurdos imposi–
bles de creer, col_Ilo en su lugar veremos..
Por
fin,
y despues de haber recojido esta série de
propoiMiones .
heréticas
y muchas otras hasta el número de cuarenta y cuatro, llegó la carabana a
Potosi el 27 de marzo de 1749, habiendo empleado los que venian de
Buenos Aires mas de cuatro melles en la tr:wes:ia..
El desgraciado Moyen, al llegar a la
villa
imperial de Potosí, imajinábase
talvez que una vida nueva, llena de goces y de opulencia, comenzaría. para.
él despues de las fatigas. Entre tanto, su tenebroso perseguidor, apénaa
habia dejado sus mulas en el corral e instalado sus fardos en los estantes
de au tienda, corrió a casa del comisario de la Inquisicion, que lo era inte–
rinamente el propio cura de la iglesia matriz de Potosi, doctor don José de
tizarazu, Beaumoni y Navarra, etc., etc.,
y
presentó por escrito su primer
inicuo denuncio. Tuvo esto lugar en la noche del 29 de marzo de 1749, y
ya
hemos dicho que la carabana de Buenos Aires habia llegado a Potosí solo
dos dias antes.
Comienza aquí el atroz drama de la persesecucion y martirio de Moyen.–
Mas, a fin de que se comprendan bajo su verdadera luz los procedimientos
-de la Inquiaicion, y pueda aplicárseles a todos y a cada uno la medida del
panejírico del señor prebendado Saavedra, hácese indispensable interrumpir
con una breve pausa la hilacion del argumento personal, a
fin
de dar a
conocer lo que era a la sazon el Santo Oficio en
las
Américas.
u.
En la
épooa
en que
ia
Inquisicion abria sus puertas a Francisco :Moyen
(mayo de 1749) tocaba aquella los primeros dinteles de su decadencia.
Ya estaban lejanos los tiempos en que Felipe II celebl'll.ba en Toledo sns
bodas con L!abel de
V
alois, siendo sus antorchas nupciales las llamas del
Quemadero
(1560),
y
aquellos no menos ominosoa en que uno de sus nietos
(Felipe
IV
en 1632) hacia a su novia., :ria.bel de Borbon, el presente de
ciento diezioclw peniterwiados,
de los que diezinueve eran quemados vivos en
su presencia y
la
de toda la corte.
La
casa.
de Borbon, poltrona
y
soñolienta, había llevado al trono, si no la
clemencia, la pereza de las crueldadesj
y
las hoguer-<la de los reyes austriacos,